Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

28 diciembre 2017

S'escorxador o el matadero de Palma



En las fotos, el póster de anuncio de Wonder Wheel (no se la pierdan: maravillosa); un poco de S'escorxador, y el Mercado de San Juan.


A comienzos del siglo XX, cuando Palma empezaba a reconvertirse para dejar de ser la ciudad medieval que había sido hasta entonces (y que por suerte sigue siendo al menos en algunos rincones, aunque poquísimos), el arquitecto Gaspar Bennázar (el mismo de los puentes sobre la Riera, sí, y de tantas otras cosas), diseñó y construyó un matadero municipal tan bien pensado que sigue siendo útil y bello, aunque ya con otros usos.

Y eso significa la sonora palabra "escorxador": matadero (otro día les contaré cómo ese "escorchar" se transformó en otra cosa en el Río de la Plata). S'escorxador, el matadero, se construyó entre 1903 y 1907 en precioso estilo Modernista, en las afueras de la ciudad, como correspondía, en un lugar descampado y alto, para que estuviera bien ventilado y cumpliera los requisitos de higiene urbana en los que ya empezaba a pensarse. Unos dicen que en aquellos terrenos no había antes nada, que era campo;  otros, que allí o en los alrededores estuvo el convento de San Juan.   La cuestión es que ya construído, funcionó como matadero durante setenta años.

Quedó, como tantas otras cosas que estaban "en las afueras", rodeado por un tejido urbano tupido, denso, y desde hace años se recicló para ser un centro cívico donde funciona un Centro de Salud, un "casal" de barrio en el que hay distintas actividades, un supermercado, un cine con varias salas pequeñas (la del cine es otra historia curiosa que ya les contaré), y desde hace unos dos años un mercado gastronómico interior y con grandes terrazas que se llena de gente en invierno y en verano, de día y de noche: el Mercado de San Juan.

Nos queda cerca de casa. Solemos ir en bici, que es lo más cómodo. Pero anoche había un viento como de huracán, así que fuimos en coche (lo que tardamos en estacionar también es otra historia). Primero al cine, a ver la última del enorme Woody Allen, que les recomiendo acaloradamente, y después a picotear algo al mercado. Hay de todo; desde pizzas o pambolis hasta sushi o un local sólo de ostras. Y por suerte, también un lugarcito donde tomarse un café y probar algo dulce, que es lo que más me gusta (anoche fueron una especie de capsulitas de chocolate rellenas de mermelada de fruta que estaban buenísimas)

Queda un poco apartado del centro, y de los lugares que suelen visitar los turistas; estacionar da mucho trabajo y el parking es carísimo. Pero vale la pena.


25 diciembre 2017

Y el día después, puentes sobre la Riera.

Pasada la levísima borrachera de Nochebuena (que me soltó un poco la lengua, y sobre todo los deditos. Ay los deditos!), y después de dos cafés y varios vasos de agua, paseo al sol de Navidad con Manolito.

Bajo por el Paseo Mallorca hasta Es Baluart con toda la intención de prestar atención y sacar fotos de los puentes que cruzan la Riera. Pero hoy voy a contarles sobre los dos del arquitecto Gaspar Bennazar, especialmente de uno, el peor tratado.

El primero, el que la cruza a la altura de Jaime III, es de 1917 (antes de que la ahora paquetísima Jaime III existiera), es bien visible, está bien conservado  y muy fotografiado. Pero el otro tiene sus vueltas.

El puente de Es Fortí es de 1915, y ocurre que sobre él se construyó en los años 70 un tramo de las Avenidas que prácticamente rodean el centro de Palma. Para eso usaron el puente de Bennazar, ya que lo tenían hecho, pero le encajaron encima un bloque de hormigón, supongo que para que aguantara el peso de la avenida, que es la más transitada de la ciudad. Y una vez que lo tuvieron allá abajo, bien oculto, y como para rematar el desastre, le hicieron una baranda horrible, bien años 70 (alguna vez alguien me explicará por qué sé construyó en esos años en especial con tan mal gusto).

El puente, que sigue allí, escondido y sin embargo todavía funcional, divide la parte "buena" de la Riera, ajardinada por el diario Última hora, de la parte asilvestrada, descuidada, sometida incluso a cierto vandalismo, a pesar de que allí hay al menos dos elementos que merecerían especial cuidado y están en franco estado de abandono: el velódromo original de la ciudad, "El Tirador", que fue el primero de España, inaugurado en 1903, y de los primeros y más modernos de Europa; y el antiguo canódromo, del que se siguen distinguiendo ya muy deterioradas la pista, las escaleras y las puertas  de entrada y hasta lo que supongo que serían las ventanillas donde se compraban las entradas.

Palma es una ciudad preciosa. Y podría ser todavía mejor si la cuidaran con algo más de cariño.

 El puente de Es Fortí con la avenida encima, y la baranda horrible.



 De más cerca se ve mejor el bloque de hormigón encima del puente original.



 Y todavía más cerca, se pueden ver detalles de la ornamentación de las columnas del puente original, el de Bennazar.



Y el tramo de la Riera ajardinada que se ve desde el puente; al fondo se distingue la pasarela peatonal que une ambas márgenes..


24 diciembre 2017

Con unas copas de champagne




Gachi, estás ahí? Tere, estás ahí? Roberto, estas ahí? Papá y mamá ya no están en este mundo. No quedan más testigos de la primera borrachera que me agarré en la vida. Sentada en el borde de la escalera, oyendo abajo el murmullo de la fiesta,  el mundo se me había convertido en una calesita que no paraba de dar vueltas, y yo era capaz de bailar y de reírme a carcajadas y de decir toda la verdad, pero no era capaz de bajar la escalera. Y todo aquello me parecía una farsa; toda esa gente que llenaba el salón de casa no me importaba nada y yo  sólo quería que se fueran todos para que me dejaran en paz con mis libros, que era el único lugar donde nadie me juzgaba. La literatura era el único lugar donde nadie me juzgaba, donde yo podía ser yo sin que nadie me dijera que era la peor de todas, la que no merecía nada, la que nunca podría hacer nada con su vida.

En qué momento nos resignamos a aguantar, a no seguir buscando, a aceptar el papel que nos otorgan como si nos lo mereciéramos, como si fuéramos animales en un zoológico: a usted le tocó león, a usted rinoceronte, y a usted monito tití. En qué momento  resolvemos que "nada quede escrito, que nadie sepa nada", y para eso armamos una estrategia que nos llevará la vida entera. En qué momento damos por perdidas todas las batallas antes de empezarlas, sólo para no sufrir. De dónde sacamos que podremos vivir sin sufrir, sin que nada nos roce.

Que nadie sepa nada de nuestros deseos, de nuestros fantasmas ni de nuestros terrores. Que todo sea tranquilo aunque sea todo mentira. Pero que no nos duela. Que nadie pueda lastimarnos nunca más. Que nadie sepa de verdad quiénes somos. Escondernos abajo de la cama y esperar allí a que pase la vida, pero que nadie más pueda lastimarnos.

Más de cuarenta años después nos agarramos otra borrachera con el mismo champagne, del otro lado del mundo, tenemos otra hora de lucidez y de mareo, y ya es demasiado tarde. Ya está. Entre una borrachera de la primera juventud y otra de la casi vejez, se fue la vida. Ay. Nunca sufrimos mucho,  no. Y nunca vivimos. Nos iremos de este mundo muertos de miedo, como estábamos desde el principio, y defendiéndonos, no sea cosa que...

Habrá que empezar todo de nuevo. Juntar los pedacitos y empezar todo de nuevo. Y que ya no nos importe lo que haya que sufrir ni cómo vayan a juzgarnos. Y rezar para que no esté todo perdido. Ya queda poco tiempo.

Feliz Navidad.

21 diciembre 2017

De los solsticios.

Esta es la noche más larga del año. Es el solsticio de invierno, eso dijeron hoy todos los diarios. Si no me acuerdo mal, es el día en el que el sol viene a caer derechito lo más lejos que puede caer del hemisferio norte, que viene siendo en el trópico de Capricornio, allá abajo, en lo que en el mismísimo culo del mundo llamamos "el norte", pero es el sur. Ay mamita! Ya empecé con el despelote!

Pero ocurre que hoy es también el día más largo del año, sólo que en otro lugar. Allí tendrán su solsticio de invierno cuando el sol caiga derechito en el trópico de Cáncer, que está acá arriba, donde en este continente en el que vivo llaman "el sur", pero es el norte. El despelote es de los dos lados igual.

Hoy en mi lado de acá (que es el lado de allá de donde vivo) huele a jazmines y a flor de tilo el aire de mi loma lejana; subo sin aliento por la vereda de piedra, llego a los bancos de los dos caserones ya tan cerca de mi exclusivo reino de la infancia, mi reino de Alberti y L.,  me siento, respiro, y es el verano, el cielo azul, los agapandus y las hortensias, los techos de tejas, el verde nuevo y fresco de los jardines. El solsticio, sí. Pero de verano.

Así que a no olvidarse, amigos míos de mi lado de acá y de mi lado de allá: nunca hay una sola forma de mirar las cosas. Siempre hay más de un lugar desde el que pueden verse. Y se ven muy distintas. Muy distintas.

                     El trópico de Capricornio.


                    El trópico de Cáncer.

20 diciembre 2017

Un poco de azar y un poco de poesía





Por ese puro azar que hace que a veces nos crucemos con gente con la que conectamos desde la primera palabra, me presentan en Málaga a una pintora y decoradora y restauradora y creativa talentosa e inteligente. Y también por ese puro azar, ella me regala un libro de poesía de un poeta al que no conozco, y que hojeo ya por las calles ruidosas y repletas de gente de esa ciudad que es como un hervidero. Me gusta. Encuentro versos luminosos, redondos, que dicen mucho con el mínimo recurso, y que lo dicen con un aliento natural, como si respiraran, como si alguien te los estuviera contando en el oído mientras vas caminando, con esa capacidad de crear una burbuja que te encierra y te aísla de todo que sólo tiene la poesía, la buena poesía.

Ya más tranquila en casa, lo voy leyendo de a poco, en gotas, como deben leerse siempre esos textos que son concentración de lengua y belleza. El libro se llama Linterna, Juan Manuel Villalba es el autor, y lo acaba de publicar Pre-Textos en octubre de este año.

Ahí va la primera que leí, rodeada de ruido y multitud pero aislada del mundo.  Es sólo una muestra de un poemario precioso:

"Ya puedes olvidar tu vida.
Asume que carece de interés literario
incluso para ti, aunque te duela.

Aparta las canciones ya cantadas,
no intentes descubrir lo descubierto
fingiendo ser el único, el que llegó primero.

Olvida ya el amor, no es nada nuevo.
Incéndialo en secreto, sin testigos,
que nada quede escrito, que nadie sepa nada.

Retira los espejos, olvídate a ti mismo
sin que eso te impida recordarte
todo lo que no eres, porque ése sí eres tú.

Fulmina los aplausos que tanto necesitas.
Si quieres ser palabra, no oigas, enmudece.
Deja la pirotecnia para la infantería.

Y ahora, con las manos vacías y con frío,
atrévete a sentarte y cuenta la verdad."

18 diciembre 2017

Málaga a las tres

















En las fotos, el callejón de noche y de día. Un muro del cementerio inglés con un jazmín celeste; el que recordaré como "el monstruito del bulín", y la tumba de Jorge Guillén (y su mujer) con mi sombra.



Pasé esos días de miedos y emociones y conmociones en Málaga en un departamento alquilado por Airbnb, en un callejón angosto y solitario a la vuelta del teatro Cervantes, muy cerca de la Plaza de la Merced, donde se honra a los liberales que al mando del General Torrijos se levantaron contra el poder absoluto de Fernando VII, (de un modo parecido a lo que hicieron los criollos que me fundaron la patria, por allá abajo, en el Río de la Plata, en el otoño austral de 1810) y que fueron  fusilados en una playa de Málaga. De ellos, de quienes yo lo ignoraba todo, me hablaron una mañana de sol en el cementerio inglés. (Y de paso: en todos los viajes hay un momento en que el tiempo se detiene, la imagen se acomoda y se hace nítida y limpia como una foto bien enfocada, y se concentra ahí el recuerdo con una lucidez azarosa y extraña. Ese momento de este viaje fue en ese cementerio anglicano, el primero no católico de España,  subiendo y bajando cuestas, entre tumbas antiguas cubiertas de caparazones de caracoles marinos bajo el sol malagueño, buscando la de Jorge Guillén, la de Gerald Brenan).

Como en el bulín del callejón lloré, me reí, me desvelé y me volví a dormir temblando de miedo bajo el auspicio de un monstruito que precedía la cama, no lo olvidaré. Y la próxima vez no acertaré a elegir callejón, espero.


Málaga a las dos

Hay historias tan largas que no pueden ni contarse sin traicionarlas; historias con las que podría hacerse sólo una novela muy polifónica, llena de voces y de miradas cruzadas y enrevesadas. Y para eso, claro, hace falta un talento que a mí no me fue dado.

Con mi memoria milimétrica, recuerdo el primer día de clase cuando la vi en el patio del colegio que yo sentía mi casa.  No sé por qué terminamos sentadas una al lado de la otra, compañeras de banco por la mitad de la fila de la pared del lado de la puerta del aula. Era el año 68. Teníamos, ella y yo, doce años. En marzo hará cincuenta. Compañeras de banco y en la fila del lado de la ventana (creo que las cuartas de la fila), fuimos bachilleres cinco años más tarde.

Después vino la vida. La vida entera. Las risas, los llantos, los amores, los desamores, los errores, los miedos, los fracasos, los fervores, el dolor, la alegría, la desazón, los hijos, el trabajo. La vida. No hubo un día, desde hace cincuenta años, en que no estuviera de alguna forma conmigo, y seguramente yo con ella. Lejos o cerca, acá o allá. A ninguna de las dos nada nos duró tanto.

Reconocería su voz, la forma de sus manos y sus pies, su letra, el gesto con que se saca el pelo de la cara o sostiene un tenedor o un lápiz, y su desánimo o su entusiasmo, entre los de todas las personas del mundo. Y si en lugar de llamarla por teléfono nos hubiéramos encontrado las dos con los ojos vendados, nos hubiéramos reconocido igualmente sin ninguna duda.

Hacía 16 años que no nos veíamos ni nos oíamos. No nos hicieron falta muchas preguntas, y ninguna respuesta.  Las dos sabemos. Casi sin decirnos nada, las dos sabemos todo.

En las fotos, Gachi y yo. Antes y ahora.





17 diciembre 2017

Málaga a la una



Veinte veces empiezo a escribir una especie de guía turística de Málaga, y veinte veces me queda una cosa informe, aburrida, opaca. Así que no. Si quieren datos turísticos, búsquenlos en otro lado. Hay muchísimo para conocer.

Yo elegí ver el Museo ruso, que está en los edificios de la vieja tabacalera malagueña, que son preciosos por sí mismos. Un espacio enorme, acorde a lo que me imagino de Rusia, una colección de pintura rusa clásica, demasiado amplia, que no tuvo mucho más interés que el refrescarme la historia de la dinastía Romanov, de trágico final (y, de paso, previsible. Me acordé mucho de la impresión que me había dejado el Habla, memoria de Nabokov: una revolución violentísima, que terminara con un despliegue de odio y muertos aterrador, era casi inevitable. Y nadie desde el poder quiso darse cuenta de que no se podía seguir tirando de la cuerda, que la cuerda definitivamente se había roto. En fin: hace cien años justos de la revolución rusa, y no parece que nos haya servido a todos de escarmiento. Por acá y por allá y por todos lados siguen tirando de cuerdas que pueden estar a punto de romperse. Y a nadie parece importarle. Seguimos bailando en la cubierta del Titanic) Y lo que me gustó: en conmemoración del centenario de la revolución de octubre (que en realidad fue en noviembre), carteles de propaganda del primer período revolucionario, donde se prefigura ya el estilo brutalmente elemental de lo que sería la propaganda política de los autoritarismos en la primera mitad del siglo XX (y en la Argentina todavía un poco, bastante, más: a todo llegamos tarde. Hasta a lo que hubiera sido mejor que no llegáramos nunca). Y un padre y un hijo expresionistas que me gustaron mucho: Alexei y Andreas Jawlensky. El expresionismo, que tampoco es verosímil, me encanta. El cubismo, que viene ahora, no.

Y elegí también el Thyssen, que promocionaba con carteles  por toda la ciudad una muestra temporal de cubistas, con Juan Gris y María Blanchard como estrellas. Vale la pena: mirando esos cuadros, que no son de lo que más me gusta, pensé en el coraje que hace falta para romperlo todo. Mientras la mayor parte de sus contemporáneos copiaban paisajes (algunos preciosos, pero finalmente era lo mismo que se venía haciendo de modo más o menos parecido desde el Renacimiento) o hacían retratos casi como fotografías, estos tipos se atrevieron a quebrar la figura en pedacitos, a mostrarla de frente y de perfil y de atrás y de abajo y de arriba y todo junto, como si quisieran pintar el movimiento, o el tiempo, que al final es lo mismo;  a usar el color de una manera mucho más audaz, a no "representar" la realidad de manera verosímil sino nueva, rota, atrevida, casi delirante. Eso, ese acto un poco salvaje de atreverse, es lo que me seduce de los primeros cubistas. Será porque yo no me he atrevido en la vida a casi nada, qué sé yo. Por atreverse seguramente se paga un precio altísimo. Por no atreverse, ay, también.

Hay mucho más para ver en la ciudad: está la sede del Pompidou, está la Fundación Picasso; y está la Catedral, y hay iglesias por todas partes, que serán divinas.  Yo no vi nada de eso. Llevé la cabeza tan mal pegada al cuerpo a Málaga, que ya bastante hice. Casi podría decir que paseé por Málaga llevando mi propia cabeza abajo del brazo.

15 diciembre 2017

Dos Málagas

La semana pasada, el miércoles (ya pasaron diez días y yo sigo procesando y procesando; en cualquier momento me va a empezar a salir humo por las orejas) viajé a Málaga. Llevaba muchos datos sobre la ciudad (datos turísticos, digamos; o al menos de los que pueden encontrarse más o menos en cualquier folleto de promoción o en cualquier página de Internet); llevaba muchas ganas de volver a ver a Marcela, a la que hacía tanto que no veía y que tengo siempre aquí conmigo; y llevaba muchos sueños y muchas deudas conmigo misma que no sabía si me atrevería a enfrentar, mezclados como se me mezclan siempre el impulso y el miedo.

Y hubo varias Málagas, que podría resumir en dos: la de las fotos, los paisajes, los paseos, los restaurantes, los museos, las calles repletas de tales multitudes que casi te llevan a donde quieren más que a donde querés ir; y otra ciudad más íntima, más cálida, más amorosa; la ciudad del encuentro y el reencuentro que ya estará conmigo para siempre.

Una, la turística, podré volver a verla cuando quiera. Está apenas a hora y media de avión y es bonita, alegre, acogedora. La otra, la mía, la absoluta y privadamente mía, la que me exigió un coraje que no tengo y por la que tuve que vencerme a mí misma, sé que es irrepetible.

De una, tengo fotos. De la otra, también hay alguna imagen, pero aunque pusiera aquí miles, nada podría mostrar la emoción y la conmoción.