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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

05 noviembre 2017

El valle de los naranjos

De todos los paisajes de Mallorca creo que el que más encaja en la idea que tenemos de Mediterráneo es el del valle de Sóller. Desde Palma, se puede llegar en unos veinte o treinta minutos cruzando las sierras por el túnel (5,10€ de ida, 5,10€ de vuelta de peaje, el único en toda la isla; es caro); o subiendo por un lado y bajando por el otro, por una carretera bien mantenida pero de abismos y curvas de vértigo. Por donde se vaya, hay un momento en que el valle entero se nos presenta como en un escenario allá abajo y es de esos lugares que dejan siempre casi sin aliento.

Casas de piedra, naranjos, limoneros, olivos, almendros, las agujas sueltas de dos o tres cipreses por acá o por allá, las cúpulas de las iglesias, las torres de los campanarios, el fucsia furioso de algunas buganvillas trepando por los muros, toda una declaración de mediterraneidad hecha de naturaleza y sabia intervención humana.

Ayer no entré al pueblo (que es precioso y merece él solo muchas palabras y muchas fotos); seguí hasta el puerto, caminé con Manolito por la playa; escuché, como hago siempre, jugosos fragmentos de conversaciones ajenas (en inglés, en catalán, sobre todo en francés, que es casi la lengua oficial de los turistas que visitan Sóller),  me tomé un café con una porción de tarta de ciruelas; vi atardecer en ese puerto como una adivinanza, al que hay que descubrirle la bocana entre dos faros; saqué fotos hasta que se hizo ya de noche, y me volví para casa.

Acababa de ver una puesta de sol luminosa en el Port de Sóller, las mesas de las terrazas ya dispuestas para la cena bajo la luna y las estrellas, con las estufas otoñalmente encendidas. Y apenas salí del otro lado del túnel, tres kilómetros que siempre me inquietan un poco, el cielo de Palma era un escándalo de truenos, rayos, relámpagos, como una función de fuegos artificiales a lo grande. Manolito levantó las orejas, dejó de lamerme la mano apoyada en la palanca de cambios, se hizo un ovillo compacto y algo trémulo en su asiento, y cerró los ojos. Diez minutos después estábamos los dos en casa, ya seguros, y empezaban a caer las primeras gotas. Era noche cerrada. Sóller y su crepúsculo de cielo azul habían quedado del otro lado de las montañas, como en otro mundo más pacífico, ajeno a las tormentas.








1 Comments:

Blogger Yolanda said...

Precioso

20/12/17 14:53  

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