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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

06 diciembre 2010

Llegada y sorpresas


Así que el viernes a la mañana llegué con mi citroen-albóndiga al Formentor, me instalé como una condesa en una habitación con unas vistas que valen todos los disgustos (y ellos, ay, lo saben, lo tienen clarísimo), me tiré en la cama y me di unos revolcones como cuando vine por primera vez a esta isla y descubrí el paraíso en mi ventana, allá por los gloriosos 60, y una vez calmada y desahogada me calcé mi disfraz de señoraformalytransparente y me dispuse a ir a averiguar a qué hora empezaban las tan mentadas Converses Literàries. Mi amiga y compañera de cuarto, a la que las converses le importaban un comino, llegaría a la noche.
Provista de uno de los tomitos de la autobiografía de Victoria Ocampo (que tanto tiene que ver con este hotel sin que nadie lo sepa ni a nadie le importe ni a ninguno de los tan cultos participantes de tan culto acontecimiento le suene de nada el nombre de esa criolla que escribió la autobiografía más delicada que yo haya leído jamás) me acerqué a la recepción en el preciso momento en que una señora bastante mayor hacía lo mismo que yo. La recepcionista, atentísima como todo el personal del hotel, nos indicó a las dos que teníamos tiempo de almorzar y pasear un rato. Y entonces la señora mayor me agarró tranquilamente del brazo y como la cosa más normal del mundo me dijo que entonces podríamos almorzar juntas, y que si no me molestaba ella se sostendría en mi brazo porque tenía ciertas dificultades para caminar. Allá arrancamos hacia el jardín aquella señora y yo, y mi tomito de Victoria Ocampo, por los jardines del Formentor, hacia el restaurante de la playa. Mientras me devanaba los sesos pensando de dónde conocía yo a esa mujer que era
obviamente española (por su acento), pero también obviamente no mallorquina (no sólo me había visto sino que hasta me había hablado y
tocado (!!!!!!!!) y seguía allí colgada de mi brazo mientras a mí la cabeza me seguía a mil) y nos mecía a las dos el aire de la playa, el
rumor de los pinos, el perfume de las lavandas del jardín, no salía de mi asombro. Cuando todavía no habíamos terminado de bajar la famosa escalera del Formentor yo ya había conseguido sacar su nombre del fondo de la memoria: allá iba yo paseándome con una de las invitadas ilustres a las Converses, de quien también había traído en el bolso, todavía sin leer, la autobiografía. No era mallorquina, efectivamente, era catalana. Era Esther Tusquets.

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