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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

03 octubre 2010

De vez en cuando la vida

   En todos los viajes hay un momento, un momento que no podemos de ninguna manera predecir cuál será ni dónde será, que nos quedará en la memoria como la esencia del viaje. En aquel viaje-aventura-iniciación de los 20 años hubo un momento en París, quizás dos: el domingo que llegamos y caminando por los jardines de la Tullerías vacíos, enormes, invernales, vimos a lo lejos el pedacito final de la torre Eiffel, y nos dimos cuenta de que estábamos en serio en París después de un viaje desde Venecia en avión que había sido una pesadilla de tormenta y traqueteo. Y una noche en que me despedí con un cariño que ya sería para siempre en la puerta del hotelucho de un compañero de viaje y de mi infancia.

   Y en este viaje de la vida adulta creo que también hubo dos: una mañana un poco gris que paseamos por la isla de Sant Louis, a donde me llevó de la mano Victoria Ocampo y su historia de amores contrariados con Pierre Drieu de la Rochelle. Y una tarde noche que nos regaló la vida: un concierto de Vivaldi en la Sainte Chapelle. Habíamos leído el anuncio en alguna pared y nos costó Dios y ayuda comprar las entradas. Se suponía que se vendían en la taquilla de entrada de la capilla, pero no. Allí sólo había un cartel escrito a mano que con una flecha indicaba a la derecha. A la derecha, a más de 30 metros, había un portón enorme custodiado por dos gendarmes muy jóvenes que con santa paciencia le indicaban a todo el que les preguntaba, y que eran muchos, que era todavía más a la derecha. Pero más a la derecha se llegaba a la esquina, y finalmente se daba entera la vuelta al Palacio de Justicia sin encontrar nada que se pareciera a una puerta o a una ventana o a una ventanilla. Así hasta llegar de nuevo a los gendarmes jóvenes, que seguían allí , mandando a la gente a dar la vuelta. Por fin, en compañía de una pareja de polacos o algo así, descubrimos que en alguna parte del cartel escrito a mano decía que las entradas se podían comprar en el bar de enfrente.

   Todo ese embrollo, que en Buenos Aires hubiera provocado nuestro enorme desprecio por la improvisación y en París soportamos con mal humor pero sin que se nos ocurriera en ningún momento decir "estos franceses de mierda son unos impresentables", todo ese embrollo digo, valió la pena. La capilla, que era la de arriba, la de los vitrales, está en restauración y hay una parte cubierta, pero sigue siendo un lugar mágico. Y los músicos, uno de ellos sin partitura, geniales.

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