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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

05 abril 2009

Porque me muero si me quedo

Pasé en Buenos Aires tres semanas. De dolores y nostalgias pude haber puesto de título, como decíamos en las viejas redacciones escolares. O del tiempo detenido y que no alcanza. Dolores físicos a los que me sometí por voluntad propia y dolores íntimos que me fueron, me son, impuestos.

Me hubiera gustado ver montones de amigos que no vi: Juana, Laura, Virginia y Hugo, otra Laura, Mirta, María Elena, Marilé,  tantos. Me hubiera gustado aunque sea saludar a gente a la que ni siquiera me animé a llamar por no ser tan breve: Graciela, una prima de mamá a la que quiero mucho y a la que le han tocado malas; Cinthia, Betty, algunos de mis primos. Me hubiera gustado conocer y charlar con ese pariente de mi Adán particular y privado, que me ayudó tanto sin conocerme, sin haberme visto nunca. Me hubiera gustado charlar más y mejor con Tomeu y Eva, con Teresa, con Susy, con Gaby, con Bocha. Me hubiera gustado sentarme a charlar en cualquier parte con Nuni y Sergio y Soledad, en otras circunstancias, en lugares amables. Me hubiera gustado pasear más por Buenos Aires; perderme en calles que conozco tanto, meterme en bares y librerías que están repletos de mi vida, sentarme en plazas, demorarme en veredas porteñas que me gustan.

Nada de eso y de otras muchas cosas pudo ser. Pasé tres semanas entre clínicas y consultorios médicos, entre remedios y sillones de odontólogos (puajjjj), enfermeras y vivillos, sueros y jeringas, recetas, farmacias, pinchazos. Un compendio médico en tres semanas. Tanto que me gusta.

Para compensar tanto no poder y tanto sabor amargo, el de arriba me compensó en el despegue de la vuelta con una noche de película: la ciudad extendida en la llanura, el cuadriculado perfecto y luminoso desde la oscuridad del río hasta donde daba la vista, el rojo ardor del cielo y una media luna asomando en el horizonte. Debo de haber llorado con verdadero desconsuelo porque el tipo que estaba sentado al lado, con el que después no intercambié una palabra en las largas horas del vuelo, me agarró de la mano y casi me murmuró "tranquila, tranquila que ya pasa". Y a mí me pareció que él también lagrimeaba.

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