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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

06 enero 2009

Tarde noche de Epifanía


Hoy es 6 de enero. Ni les cuento en qué lugar exacto del mundo me gustaría a mí estar en este día tan mágico porque ya todos lo saben. Pero ocurre que estoy en la helada Barcelona, y también está muy bien. A no quejarse, que con las noticias que corren estos días toda queja resulta un esperpento.

Pero lo que yo quiero hoy regalarme es una de esas crónicas viajeras que he hecho desde la infancia, y que durante mucho tiempo pensé que ya no volvería a hacer. Quizás los viajes sean lo mejor que nos pasa en la vida; esa especie de remanso al que volvemos con la imaginación cada vez que las cosas no van bien, cuando queremos escaparnos de la rueda monótona que suele ser la vida de todos los días. Así que un viaje, este viaje, es el mejor regalo, el dinero mejor gastado, lo que no se nos gastará, ni pasará de moda, ni nadie nos robará, ni se nos quedará encerrado en ningún corralito, ni se nos perderá, ni nos lo olvidaremos, descuidados, encima de cualquier asiento de un taxi.

Y ahí vamos, a empezar. Retrocedamos un poco. Arrancamos desde Palma en el ferry el 26 de diciembre. Amenazaba tormenta, y llovía cuando llegamos al puerto. Pero todavía nos dejó pasear un rato por el barco, y hasta comer algo en un comedor enorme y semivacío, self service, de esos que huelen a híbrido. Tienen algo de artificial y de palmera de plástico los barcos de ahora, como se ve en la foto, que no termina de gustarme. Es como si quisieran convencernos de que sólo por el hecho de subirnos a un barco cualquiera ya estamos navegando por las cálidas aguas del Caribe. Veo esos viejos barcos enormes en las fotografías, lujosos, brillantes, y me da como una nostalgia de un pasado que ni siquiera conocí. Pero en fin: tenemos camarotes, porque es el ferry lento: algo más de 7 horas de navegación que ya conozco. Bordeamos la costa de Mallorca hasta la isla Dragonera, y de ahí a cruzar el charco.

Creo que todavía bordeábamos la isla cuando empezó el baile, que fue aumentando el ritmo hasta llegar a destino. Poco antes de entrar al puerto de Barcelona se sacudió de tal manera que nos tiró las copas, los bolsos y hasta la tele de arriba de la mesa del camarote. En el comedor se venían abajo las pilas de platos, y yo temí que nos dejaran varados frente al puerto durante horas. Pero no. Salimos puntuales y llegamos puntuales. Toda una suerte. Cerca de las 8 de la tarde, ya noche cerrada, bajábamos con el auto a tierra firme. El mar golpeaba la escollera y el viento nos sacudía el coche entero. Aquello estaba peor de lo que parecía.

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