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Nombre: albertiyele
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20 junio 2008

Una farmacia

Sé que mi abuelo, mi querido abuelo Pedro, vivió y trabajó en Barcelona un tiempo. Un tiempo que debió ser inmediatamente antes de irse a la Argentina. Sé que trabajó en una farmacia porque fue el farmacéutico el que casi le determinó el destino; le tocaba el servicio militar (la mili, aquí) y era posible, y seguramente muy probable, que lo mandaran a la guerra del África así que sus padres, que ya habían perdido a su otra hija apenas adolescente, decidieron que lo mejor era que saliera de España por un tiempo, al menos hasta que pasara esa maldita guerra, y después se vería. Sé también que ese viaje no fue pensado como algo definitivo: en España, no sé si en Barcelona o en su pueblo de Aragón, dejaba una novia de la que la familia que formó en Argentina sabe hasta el nombre: Carmen. Lo cierto es que la elección de Argentina fue un azar: el farmacéutico de Barcelona le dijo que tenía un colega amigo con negocio en Buenos Aires, y que con una carta de recomendación seguramente le sería fácil conseguir allí trabajo. Así que allá partió mi jovencísimo abuelo, con algunos libros y no mucho más en la valija, a buscarse sin saberlo su porvenir y el mío.

Entré en las Ramblas a la primera farmacia que vi abierta y juro que no me había acordado hasta entonces de mi abuelo. Pero resultó que esa primera farmacia que se me cruzó en el camino debía tener más de 100 años; los frascos de vidrio, los morteros de mármol, la boiserie con lustre todavía y las típicas serpientes enroscaditas, una delicia. Después vi en esos días en Barcelona muchas otras farmacias antiquísimas. Ante cada una me pregunté cuál, cuál sería la farmacia desde la que abuelo vería pasar las mañanas y las tardes en su juventud catalana; qué calles de Barcelona que quizás ahora yo miro habrá mirado mi abuelo Pedro sin la más remota idea de que un día las miraría su nieta argentina, cuál sería su barrio, su calle, su vereda.
Hace muchos años, quizás ya 15, estuvieron en Buenos Aires unos parientes de abuelo. Un matrimonio que tendría la edad de mis padres, y una señora ya entonces bastante mayor, catalanísimos todos. Esa señora mayor se llamaba Pilar Iso de Pi; recuerdo el nombre porque me llamó la atención que la pobre mujer hubiera ligado no uno sino dos apellidos tan breves; ella había conocido a abuelo y hasta recordaba que su madre le planchaba y le almidonaba los delantales que él usaba en la farmacia. Por qué no conservé sus datos, un teléfono, algo. Cuántas ciudades que no conocemos guardarán secretos de quienes fueron antes que nosotros.

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