Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

30 junio 2008

Hagan de cuenta que lo dije ayer

Ayer, 29 de junio, fue San Pedro. Era el cumpleaños de mi abuelo, que por eso se llamó Pedro. Pero además hizo exactamente tres años que llegué con los chicos a Palma, a instalarme a vivir aquí. A veces me parece que fue hace un rato, y otra veces me parece que hace un siglo. Para decirlo mejor: me parece que ayer estaba yo en mi casa preparando la cena mientras miraba el noticiero de canal 13 y peleaba con los chicos desde la cocina, ellos haciendo un poco de tarea o mirando la tele o ya bañándose para cenar e irse a dormir, en nuestra casa, nuestra casa. Y me parece que hace un siglo que me despedía de tantos amigos en Ezeiza, que atravesaba esa puerta abrazada a los chicos y diciéndoles no miren para atrás, no miren para atrás, los tres hechos un ovillo de angustia y lágrimas.
Algunas cosas están infinitamente mejor que entonces; otras no tanto. La vida va.

Fe de erratas


Me corrige Octavio y me apuro a consignarlo: el agua que casi...casi...casi trasvasan a Barcelona no era la del Tajo sino la del Ebro. El agua es un debate que siempre está latente en media España peninsular o más: salvo el norte atlántico (Galicia, Asturias, Cantabria, el País Vasco) en el resto es un problema, y un problema en algunos casos muy serio.
Y como siempre que un bien es escaso salen a relucir mezquindades (el agua es mía, mía, mía), reproches (¿no era que tu agua era tuya tuya tuya? pues ahora la mía es mía mía mía), usos y abusos y políticos (yo te daré y yo te daré más) y toda clase de miserias.
Después llueve, como finalmente y gracias a todos los dioses que son y fueron en el Mediterráneo pasó ya al final de esta primavera, y las cosas se apaciguan. Entonces, creo yo, sería el momento de debatir con los ánimos más frescos y sobre todo más húmedos.
Pero entonces la gente se olvida, los diarios sacan el tema de las páginas centrales, el petróleo sigue subiendo, las hipotecas aumentan, llega el verano y hay que irse de vacaciones, España gana la Eurocopa. Mejor no menearlo.

25 junio 2008

Y más


Podría haber sacado 500 fotos sólo aquí. Impresionante.

Y más


El hospital tiene una historia antiquísima, pero el edificio es de principios del XX y se pudo hacer por el legado de un banquero de nombre Pau, de ahí que al viejo nombre de Santa Creu se le haya añadido lo de Sant Pau, que es como en realidad lo llama todo el mundo. Se inauguró en 1930. Ahí van más fotos. El Bibi ya lleva en la mano la bolsita con el rompecabezas comprado en la Sagrada Familia que me inquietaría las noches a la vuelta.

Y sigue el domingo en Barcelona


Desde la Sagrada Familia caminamos al sol hasta el Hospital de la Santa Creu y de Sant Pau (http://www.santpau.es/ y de paso vayan notando que hay sitios .es y sitios .cat, todo un tema que por ahora prefiero omitir). Había visto algunas fotos, pero jamás me imaginé la dimensión de semejante monstruo de hospital, que además de ser un conjunto de edificios modernistas impresionantes sigue siendo un hospital universitario con todos sus servicios y en pleno funcionamiento. El complejo entero fue declarado patrimonio de la humanidad a finales de los 90 y es verdaderamente imperdible.

De paso: tuvimos mucha suerte con el clima; ahora mismo, apenas unos días después, no hubiéramos podido recorrer caminando media ciudad como lo hicimos. Nos tocaron unos días perfectamente primaverales, y hasta con el beneficio casi milagroso de la lluvia. Cataluña entera estaba padeciendo una sequía calamitosa desde hace ni sé cuánto tiempo. Cuando las cosas habían llegado ya a un extremo tan alarmante como para importar agua en barcos desde Francia para abastecer a Barcelona y tomar la decisión un poco atolondrada de hacer un trasvase de agua del Tajo desde Aragón, el de arriba se ocupó mejor que ninguna administración de resolver el problema: llovió en pocos días lo que no había llovido en meses y meses. Cuando nosotros llegamos la lluvia se había terminado, pero quedaba todavía un aire fresco, una ciudad lavada por la lluvia, el clima ideal para caminar y caminar. Ahora mismo ya empezó el calor, acá y en media España.

Y detalles: los edificios del hospital de la Santa Creu y de Sant Pau son de película, espectaculares. Y además están conservados con un cuidado que conmueve. Pero además está todo, absolutamente todo, limpísimo. A nosotros, que tenemos en la cabeza las imágenes de los baños de cualquier hospital de Buenos Aires (pienso en el Garraham, donde no dejaron ni las canillas, ni las tapitas de las llaves de la luz, no digo ya el papel higiénico o el jabón) entrar a los baños solitarios e impecables de este hospital catalán nos da una mezcla de sorpresa y de envidia. Eso, exactamente eso es la idea de Primer Mundo: civilización. En fin.

Y para terminar: en la página del hospital leo que buscan un jefe de servicio de pneumonología. Sé que no podré convencer a mi Bibi, pero al menos se lo contaré. Barcelona me gustó mucho.

Doloroso parántesis: quién nos despierta el ingenio

Alguna ventaja tiene el peronismo, aunque parezca difícil de creer: nos agudiza a los argentinos el ingenio lingüístico. Hace muchos años leí en una autobiografía de Alicia Jurado (preciosa e inhallable; es literatura que no se usa más; voces muertas de la Argentina, como casi todas las voces discordantes, que no dicen lo que la mayoría quiere oír) que en los días de la Libertadora había leído una pancarta que le había hecho gracia: "Ni riges ni ruges, o rajas o rejas". Y hoy acabo de recibir un correo en el que aparece una foto de una de las "protestantes" de la Plaza de Mayo de la semana pasada. Lleva un cartel que dice "Cristina no vayas con Chávez, andate con Chuda". Si desplegáramos el mismo ingenio a la hora de votar, otro gallo nos cantara.

23 junio 2008

Y para vengarme


Acá va el Bibi haciéndose el Manolito. De paso: extrañé mucho a mi Manolito en el viaje. Muchas veces pensé si me conocería al volver, si todavía me querría como me quería cuando me fui. Pavadas, porque la fidelidad perruna no tiene límites; también de los perros tenemos mucho que aprender.

Paseando al sol


El Bibi no es de lo mejor sacando fotos: se me ve hasta el agujero de la muela que me falta (y me tendría que hacer un implante, ya sé; ay mi querida Nuni, y cómo extraño tu mano amiga!). Pero la cuestión es que allí estamos, otra vez sentados tomado algo fresco, en la Avenida de Gaudí, que es un boulevard arbolado poblado de bares y restaurantes, que nos llevará hasta el Hospital de la Santa Creu y de Sant Pau. La Sagrada Familia ya es el marco de fondo.

La entrada

Como desde el principio se decidió que la catedral se haría sin contar con dineros públicos sino sólo con la colaboración de los fieles, al más puro estilo medieval, en los últimos años, con la llegada en masa del turismo la cosa avanza a pasos agigantados. Ahora mismo dirige las obras un arquitecto francés, que ya sabe que él no podrá verla terminada. Lleva más de un siglo haciéndose. Al contrario de lo que me pasa en otras iglesias (la catedral de Palma, por ejemplo), en las que me subleva pagar entrada (y no la pago y no la pagaré; desde el primer día decidí que sólo entro en horario de misa, y listo), no me molestó tener que pagar. De paso en la tienda compramos recuerditos: algún imán para la heladera y un rompecabezas (algún día alguien me explicará por qué los españoles insisten en llamarlos puzzles, así como está escrito, con u y con zeta y hasta con la e final) de 1000 piezas, supuestamente para Ramiro. Cuando llegamos de vuelta a casa y me detuve a mirarlo con detenimiento vi que decía que es el rompecabezas de 1000 piezas más pequeño del mundo. Toda la obra de Gaudí en 20 x 30 centímetros. Ramiro ni se detuvo a mirar la caja. Yo descubrí que un rompecabezas puede convertirme en una obsesa que lo deja todo por poner una pieza más, una piecita más. Ya lo tengo perfectamente armado, después de madrugadas en vela. Me falta una ventanita de la Pedrera que Manolito procedió a masticarse prolijamente en cuanto llegó por error al suelo.
En la tienda de souvenirs de la Sagrada Familia nos vende los imanes y el rompecabezas una chica porteña, de Caballito, lindísima y feliz y contenta de vivir en Barcelona. Somos miles. A veces hasta pienso que somos más acá que allá.

La fachada del Nacimiento


La única que llegó a hacer Gaudí, que se hizo cargo de la obra ya empezada por otro, y a la que le dedicó de manera casi obsesiva el resto de su vida. Llegó a instalarse a vivir en la iglesia para poder trabajar más horas. Era un místico que iba rezando por la calle, un solitario obsesionado con esas imágenes delirantes que se le debían presentar en los sueños (sólo así se entiende) y que después tenía que llevar al material, a la piedra, al hormigón, a la cerámica.

Esta fachada es aquel único recuerdo que conservaba de Barcelona, y lo guardaba de un modo tan exacto que me emocionó mucho volver a verlo. Ahí van fotos, pero no hay ninguna foto que pueda preservar tanta vuelta y tanta minucia. Habría que dedicarse a mirar horas y horas para verlo todo.

Las grúas


Se saque de donde se saque es imposible fotografiar la Sagrada Familia (www.sagradafamilia.cat) sin las grúas. Vi esta iglesia por primera vez a los 12 años; el único recuerdo que pude conservar de la Barcelona en la que sé que estuve porque me lo contaron fue el portal de la Sagrada Familia. El viaje en barco desde Palma, y sólo el viaje, no el barco ni el puerto ni la salida ni la llegada; un avión a hélice que nos llevó después de Barcelona a Niza, y el portal de la Sagrada Familia.

Un día terminarán de construirla, y yo les contaré a mis nietos o mis bisnietos o mis choznos, que yo la vi con grúas, que yo caminé por la catedral de Gaudí en obras, con andamios, con olor a cemento fresco y con obreros, negros todos, por supuesto, trabajando hasta en domingo.

La Sagrada Familia y los jacarandás en flor


Debe ser el clima, pero tanto en Mallorca como en Barcelona han poblado las calles y las plazas con jacarandás, que a mí siempre me conmueve encontrar, como si me encontrara con viejos amigos de la infancia: "esas flores azules en el suelo..." que escribió Silvina Ocampo describiendo Buenos Aires. Ombúes y jacarandás se dan en el Mediterráneo con una profusión inesperada. Son preciosos, aquí y allá.

Los balcones


Gaudí tiene una obsesión por los detalles. Dios está en los detalles, escuché alguna vez. Gaudí también. En los detalles y evidentemente en los artesanos que tenía a sus disposición: carpinteros, herreros, picapedreros, albañiles, talladores, ceramistas. Todo un mundo de oficios que debía funcionar aceitadamente para darle vida a ese delirio de creación que uno no termina nunca de mirar. Los balcones de la Pedrera son todos distintos, impactan, marean, seducen, no se pueden creer.

Y más faroles antes de irnos


Antes de salir del Paseo de Gracia buscando llegar a la Sagrada Familia (la tengo ya localizada en el mapita y es muy fácil llegar), un poco más de faroles del Paseo de Gracia.

El viejo procedimiento


Allí justamente, en esa esquina tan neogótica, nos sentamos a tomar cafecito. Y a mí me dio por desplegar de nuevo el mapita mínimo que llevo en la cartera, y entonces descubro que si quisiera podría poner en práctica el viejo procedimiento de doblar a la derecha, llegar a la esquina y volver a doblar a la derecha, y llegar a la otra esquina y volver a doblar a la derecha y así hasta llegar a la esquina inicial. Juaaaaaaaaaaaaaaaaa. En pocas palabras y para hacerlo fácil podría, si quisiera, dar la vuelta a la manzana. Después de tres años de laberíntica Palma, de calles que terminan en escaleras, de callejones con puerta hasta cerrada con llave, de dar vuelta a la esquina y aparecer a leguas de donde pensaba que tenía que estar, esto de encontrar de nuevo una ciudad perfectamente racional, cuadriculada, previsible, es como un milagro. El eixample barcelonés se parece mucho, pero mucho, a mi lejana y medible Buenos Aires.

Y la Pedrera

Como ven en la foto lleno de gente esperando para entrar. (www.lapedreraeducacio.org )La cantidad de turistas que llegan a Barcelona es descomunal. Sólo de ese recurso podría vivir seguramente la ciudad. Ojalá aprendiéramos nosotros.

El Eixample


Ese ensanche de la ciudad vieja que se proyectó en muchas ciudades españolas a finales del XIX dio resultados muy diversos. En Valencia es sencillamente deslumbrante, y lo mejor de la ciudad junto con el paseo del Turia (para mi gusto). En Barcelona es la puesta en práctica de una audacia increíble, que me sorprende y hasta me da trabajo entender. Me cuesta mucho unir la idea de esa burguesía catalana recién formada, enriquecida con la industria textil, conservadora, temerosa y mezquina como son siempre las nuevas burguesías, y el atrevimiento, la osadía, la audacia que demostraron al permitir que los arquitectos modernistas actuaran en la nueva ciudad, y no sólo en los edificios públicos (los faroles de la Plaza Real, el hospital de la Santa Creu y de San Pau, la Sagrada Familia y tantos otros lugares), sino en sus propias casas. Me imagino que uno debe haber empezado a atreverse por sobresalir, por hacerse el moderno, y en el resto debe haber operado ese mecanismo tan humano y tan burgués de porquéélsíyyono, o el de siélpuedeyotambiénquésehabrácreídoeste. La cuestión es que el resultado fue una ciudad que parece sacada de la fantasía de un loco, una especie de parque de diversiones urbano y bellísimo, unas casas espectaculares en las que no puedo imaginarme que haya vivido la gente real. Ahí van las fotos de lo que de cualquier manera todos conocen, pero a mí me dejó petrificada ver de cerca, como me pasa siempre con las cosas que vi mucho en fotografías. En el fondo me parece que no termino de creerme que existan y cuando las veo enfrente de mí me dejan al borde de las lágrimas. La primera que encuentro: la Casa Batlló ( www.casabatllo.es ¿y cómo corno se pronuncia eso en catalá????)

Domingo en Barcelona


Arrancamos tempranito y después de agradable sorpresa: nuestro hotel, el HUSA Oriente, tiene todo decadente menos el comedor donde se sirve el desayuno, que es espléndido del piso al techo. Pero arranquemos: Ramblas arriba atravesamos la Plaza Catalunya y llegamos al tan deseado y mentado Paseo de Gracia. Ahí van las fotos de los faroles y de la esquina en la que nos detuvimos a tomar un cafecito antes de seguir viaje. Caminar por las ciudades los domingos a la mañana es ver otro mundo, como meterse en una maqueta de ciudad. Fantástico.

Los malos vicios

Tentada por las imágenes de una chocolatería belga que había visto en el canal gourmet en Buenos Aires me animé a volver a subirme a un avión después de más de 20 años. Yo debería escribir una crónica del chocolate en mi vida. Pero lo dejaré para ocasión más propicia. No hay ciudad ni pueblo en el que haya estado que no tenga para mí alguna memoria gustativa, y Barcelona no podía ser la excepción. El mismo día que llegué, paseando por las Ramblas, ya volviendo hacia el hotel y muerta de cansancio, voy y descubro una pastelería con la que me deleité en la pantalla de la tele en Pascua. La pastelería Escribá ( www.escriba.es) es una de las tantas famosas por sus "monas" de chocolate, esas figuras de todo tipo con las que los catalanes celebran la redención de los pecados. Y resulta que ahí estaba, en mi camino; así que volví al hotel cargada con unos florentinos inolvidables, con albaricoques (damascos, sí, damascos; me gusta hasta el nombre de los damascos, en castellano y en argentino) bañados en chocolate, y con cascaritas de naranja confitadas. Y antes de caer rendida de sueño, ya en camisón, una panzada en la cama, mientras armo en el mapa extendido en la almohada el itinerario de mañana. Gloria a Dios y a los confiteros catalanes.

20 junio 2008

Una farmacia

Sé que mi abuelo, mi querido abuelo Pedro, vivió y trabajó en Barcelona un tiempo. Un tiempo que debió ser inmediatamente antes de irse a la Argentina. Sé que trabajó en una farmacia porque fue el farmacéutico el que casi le determinó el destino; le tocaba el servicio militar (la mili, aquí) y era posible, y seguramente muy probable, que lo mandaran a la guerra del África así que sus padres, que ya habían perdido a su otra hija apenas adolescente, decidieron que lo mejor era que saliera de España por un tiempo, al menos hasta que pasara esa maldita guerra, y después se vería. Sé también que ese viaje no fue pensado como algo definitivo: en España, no sé si en Barcelona o en su pueblo de Aragón, dejaba una novia de la que la familia que formó en Argentina sabe hasta el nombre: Carmen. Lo cierto es que la elección de Argentina fue un azar: el farmacéutico de Barcelona le dijo que tenía un colega amigo con negocio en Buenos Aires, y que con una carta de recomendación seguramente le sería fácil conseguir allí trabajo. Así que allá partió mi jovencísimo abuelo, con algunos libros y no mucho más en la valija, a buscarse sin saberlo su porvenir y el mío.

Entré en las Ramblas a la primera farmacia que vi abierta y juro que no me había acordado hasta entonces de mi abuelo. Pero resultó que esa primera farmacia que se me cruzó en el camino debía tener más de 100 años; los frascos de vidrio, los morteros de mármol, la boiserie con lustre todavía y las típicas serpientes enroscaditas, una delicia. Después vi en esos días en Barcelona muchas otras farmacias antiquísimas. Ante cada una me pregunté cuál, cuál sería la farmacia desde la que abuelo vería pasar las mañanas y las tardes en su juventud catalana; qué calles de Barcelona que quizás ahora yo miro habrá mirado mi abuelo Pedro sin la más remota idea de que un día las miraría su nieta argentina, cuál sería su barrio, su calle, su vereda.
Hace muchos años, quizás ya 15, estuvieron en Buenos Aires unos parientes de abuelo. Un matrimonio que tendría la edad de mis padres, y una señora ya entonces bastante mayor, catalanísimos todos. Esa señora mayor se llamaba Pilar Iso de Pi; recuerdo el nombre porque me llamó la atención que la pobre mujer hubiera ligado no uno sino dos apellidos tan breves; ella había conocido a abuelo y hasta recordaba que su madre le planchaba y le almidonaba los delantales que él usaba en la farmacia. Por qué no conservé sus datos, un teléfono, algo. Cuántas ciudades que no conocemos guardarán secretos de quienes fueron antes que nosotros.

Ramblas arriba

La Ramblas de Barcelona son el mundo, el mundo y más. Como pasa en muchas calles, en las de Buenos Aires que son tan larguísimas sobre todo, las ramblas van variando de aire, de clima, de gente, de olores, de ruidos. Cerca del puerto y de la plaza de Colón y del mar todo son bares y ruidos de tazas de tazas de café y de copas y vasos, gente sentada curioseando a los paseantes y a esos maravillosos buscavidas que les dan vida a las ciudades: músicos que llenan la calle de ritmo con un saxo, con una guitarra, con un violín; estatuas vivientes que compiten en ingenio y en vestuario: estilizadas ninfas de mármol, ilustres caballeros de bronce, rígida la levita y el mentón bien alto, con aire de desafío a la eternidad, monstruitos de dos cabezas que asaltan al distraído para jolgorio del respetable público, y hasta un desgraciado que se eterniza y se detiene sentado en el inodoro y pensando, pensando... No hace mucho escuché a una de esas estatuas vivientes de las Ramblas de Barcelona en una entrevista en la radio: era una actriz, argentina por supuesto, que entre otras cosas contaba que el ayuntamiento les otorga una licencia para instalarse allí, y que para eso tienen que pasar una selección, una especie de examen artístico. Y la verdad es que se nota; muchos de esos artistas callejeros son incluso mejores de los que solemos ver en la tele y a los que les pagarán fortunas.
Subiendo por las Ramblas empiezan a desfilar lugares que imaginé muchas veces: el mercado de la boquería, el teatro Liceo, los puestos de flores primero y los pájaros después. Y gente. Quizás lo más impactante de las Ramblas y de Barcelona entera es la cantidad de gente que circula por la calle. Cantidades de turistas de medio mundo y también nativos, todo el mundo en la calle. Se nos hizo de noche paseando en ese primer día en la ciudad. Y estábamos tan cansados de andar desde casi la madrugada que nos compramos un poco de pan y de jamón y nos fuimos a nuestro hotel, a descansar por fin. De las Ramblas, no sé por qué, no tengo ni una foto.

17 junio 2008

Y seguimos viaje


Paseamos al sol por el Paseo de Colón, llegamos caminando casi hasta la playa de la Barceloneta sin saberlo, y empecé entonces, cuando no hacía más de dos horas que había llegado, a darme cuenta de dónde le encontraba yo ese aire familiar a la ciudad, esa sensación inmediata de que allí podría vivir. Allí, en el Port Vell, el viejo puerto de Barcelona, está el Palau de Mar. Ahora funciona allí el museo de historia de Cataluña y no sé qué dependencia de la Generalitat. Pero en realidad son unos viejos depósitos, arquitectura típicamente portuaria de finales del XIX, de ladrillo a la vista, a orillas del muelle, colmado de restaurantes y bares con sus mesas al aire libre bajo las sombrillas blancas. ¿Parecido a qué? Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiíííííííííí, a nuestro lejano Puerto Madero. Pero como todo debe guardar la divina proporción, este es un Puerto Madero muchísimo más chico, que ocupará dos cuadras, y tiene la enorme ventaja de tener enfrente no las leonadas aguas del Plata sino el azul cobalto del Mediterráneo.


Allí almorzamos (mejillones, bacalao, rabas, pulpo, todo en raciones mínimas y todo rico), ahí lo tienen al Bibi en la foto, y arrancamos a caminar de nuevo, ahora Ramblas arriba, hasta la Plaza de Cataluña, la unión de la ciudad vieja con la nueva. El paseo por la Rambla es otra historia.

De paso

Ese monumento a Colón, al final de las ramblas, tan emblemático de Barcelona, fue una de las tantas mejoras con las que se adecentó la ciudad para la Exposición Universal de 1888. Barcelona le debe mucho a aquella expo, ya les contaré. Y una curiosidad: la construcción del monumento tuvo sus vueltas y sus polémicas: en el proyecto se financiaría con donaciones por suscripción pública. Pero parece que sacarle dinerillos a los catalanes es más difícil que sacarle jugo a un ladrillo, así que no alcanzó, no alcanzó. Lo tuvo que pagar el Ayuntamiento, con todo el dolor del alma. Valió la pena.

Y ya que estamos


Miren, miren cómo se representaba hace no tanto la conquista de América y los méritos no ya del pobre Colón, que al final se murió sin siquiera saber, sino de los que vinieron después, aterradores, arrasándolo todo en nombre de Dios. Ay madre mía. Cuánta sangre habrá corrido en este mundo en nombre de los dioses, de todos los dioses, los nuestros, los otros, todos. Si Dios existe perdonará a esta pobre humanidad, espero.

El Bibi, Colón y Jaume I

Y ahí lo tienen al Bibi frente al monumento a Colón, y al fondo la torre de Jaume I, preciosa, que es una estación del telesférico que sube desde la playa de la Barceloneta hasta Montjuïc, la montañita privada que tienen los catalanes ahí mismo, en pleno centro de la ciudad. Ah desgraciados!!!

Barcelona Barcelona such a beautiful horizon


like a jewel in the sun.... cantaba Freddie Mercury allá por los lejanos 90. Esa música, esas voces de Monserrat Caballé y Freddie Mercury en un dueto de escalofrío, me acompañó en el viaje desde que divisé a lo lejos el bellísimo perfil de Barcelona. Llegamos poco después del mediodía; exactamente 4 horas de ferry. Y desde el puerto mismo me pareció perfecta, amigable, familiar. Todavía no sabía por qué, pero lo descubriría muy pronto.
El viaje en taxi desde el puerto al hotel fue brevísimo. No quiero ni pensar en qué ocurriría y por qué suburbios de Floresta acabarían paseando dos turistas que se tomaran un taxi en Buenos Aires para que los llevara digamos desde Retiro hasta el Sheraton. Sin embargo nada parecido pasó en este caso y además el taxista (un catalán hijo de andaluces, como tantísimos, empezando por el mismísimo presidente de la Generalitat) nos charló, nos explicó y hasta nos asesoró sobre dónde ir a comer y qué ir a ver primero.
El hotel (www.husa.es/hoteloriente) no puede estar mejor ubicado y es un edificio precioso. Está un poco decadente, y seguramente pronto lo reciclarán y le subirán la categoría, pero entonces es probable que nosotros ya no podamos pagarlo, y hasta que haya perdido parte de su encanto. Si van a Barcelona, se los recomiendo sin ninguna duda. Y una pintoresca curiosidad: en la puerta una placa de bronce recuerda que desde allí, desde ese edificio, vio Hans Christian Anderden (sí, el del patito feo y de tantísimos inolvidables cuentos de la infancia) una riada que atravesó las ramblas e inundó Barcelona en el XIX.
Pero sigamos; las Ramblas de Barcelona son un mundo en sí mismas; un mundo colorido, vital, cosmopolita y repleto, literalmente repleto de gente. Por las ramblas bajamos hacia el puerto, ya de entrada fascinados con los bares, las estatuas vivientes (sí, sí, todos compatriotas, creativos compatriotas que le dan color y vida a una ciudad que ya es un poco de ellos), los magos, los cantantes, los bailarines, la vida entera que desfila ramblas abajo. Y allá, al final, la plaza y el monumento de Colón, que como en todas partes señala América, esperanzado y tieso. Ahí les puse una primera foto, pero les pondré alguna más con curiosidades. Allá vamos.

12 junio 2008

El viaje

El viaje en ferry no resultó nada cómodo. Hacía calor, en Palma amaneció un día soleado y el mar parecía y efectivamente estaba tranquilo. Definitivamente debe ser que a mí los viajes me ponen un poco ansiosa pero planeé dormir las cuatro horas y no encontré posición en unas butacas duras, medio desvencijadas, incordiosas. Lo único bueno del viaje es que el barco va bordeando toda la costa de Mallorca desde Palma hasta Andratx. Recién se separa de la costa para internarse mar adentro después de pasar la Dragonera, así que fuimos, como todos los pasajeros, admirando el paisaje y sorprendiéndonos del desastre que es capaz de hacer el hombre con su entorno cuando nadie le pone freno. La codicia humana evidentemente no tiene ningún límite y no se detiene por amor a la patria ni a la tierra ni a las generaciones futuras ni a nada de nada. Ver la costa de Calviá y de Andratx desde el mar da escalofríos. Allá íbamos nosotros, mudos de sorpresa y rodeados de turistas que exclamaban OOOOOOOOOHHHHHHHHHHH, AAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH, ante cada vuelta de la costa y cada nueva perspectiva de esos verdaderos panales de construcción horrorosa, toda igual, cubriendo laderas enteras de montaña, abismos de acantilados, montes, llanos, todo, todo, todo. No han dejado ni un arbolito de muestra, nada de nada. Atrás de tanto desastre debe haber sin dudas una cadena de complicidades: políticos, constructores, amigos de amigos, y también indiferencia de ciudadanos que vieron hacer sin quejarse. Lo único que se salvó fue la Dragonera, y eso justamente porque los mallorquines montaron una manifestación multitudinaria cuando supieron que ya la tenían comprada y lista para hacer de ella una gigantesca urbanización. Menos mal. Ahora es prácticamente lo único que quedó de muestra de cómo debió haber sido la isla cuando llegó el buen Jaume, siempre tan homenajeado.
No sé cómo se las arregla esta isla para seguir siendo bella a pesar de tanto palo y palo, de tanto afán de ganar dinero a cualquier precio, destruyendo lo que haga falta. Pasado el mediodía empezamos a divisar la otra costa, la peninsular, y en menos que un gallo canta, el otro mundo: Barcelona, Barcelona.

Barcelona y los trámites

A pesar de los miles y miles de argentinos que vivimos en Mallorca, no tenemos consulado. Desde que llegué, que hace ya tres años, no sé ya cuántas veces leí que era inminente la apertura de la sede consular en Palma. Cuando todavía gobernaba el PP hasta se habló de que podría funcionar en la Secretaría de Inmigración. Hay aquí infinitas asociaciones de argentinos de toda laya, y me imagino que cada una quiere una porción de la torta. Se habló de la necesidad del consulado cuando estuvo aquí la que era entonces candidata a Presidente, Primera Dama o Senadora por la Provincia de Buenos Aires (que nunca sabremos en calidad de qué vino y mucho menos quién sufragó los gastos, aunque es fácil de imaginar); se habla del consulado y su instalación ya, ya mismo, cada vez que los políticos mallorquines van a la Argentina, siempre tan amigables y tan cercanos a los descendientes de baleares, sobre todo cuando se acercan las elecciones. Hace muy poco estuvo Antich, el presidente de la Comunidad Balear desde el año pasado, en Buenos Aires y en Santa Fe; también él dijo que ya, ya mismo, se ocuparía de que hubiera un consulado.
Y todos los gauchos son buenos, sí, los de aquí y los de allá, pero el poncho no aparece y cada vez que tenemos que hacer un trámite consular, por mínimo que sea, tenemos que trasladarnos a Barcelona, previo pedido de turno por internet. En mi caso necesito con urgencia conseguir que el estado argentino certifique que no tengo antecedentes penales (nunca se sabe, ya les contaré cuando todo esto termine si no resulta que soy una asesina serial encubierta y yo tan pancha sin enterarme).
Hablar por teléfono con el consulado argentino en Barcelona puede llegar a convertirse en algo así como un castigo bíblico. La última vez que lo intenté una joven con marcado acento caribeño (dadas las amistades que solemos tener me imagino que debe ser cubana) se ocupó prolijamente de maltratarme y de dejarme colgada en el teléfono cerca de 45 minutos, como para que me entere bien de quién manda en este asunto.
Entrar a la página del consulado argentino en Barcelona para pedir un turno es comprender perfectamente el significado de la palabra burla. Una burla al sentido común, a la inteligencia y hasta a la paciencia de los sufridos argentinos, que parecemos destinados al escarnio de la burocracia que cobra por atendernos dentro y fuera de nuestras fronteras. Así que resignada a la idea de que de cualquier manera estaba en manos de esta gente irremediablemente porque necesito de sus sellos y sus firmas, sacamos los pasajes y reservamos el hotel en Barcelona y decidimos ir sin turno, dada la imposibilidad de conseguirlo por ninguna vía, hechos a la idea de que podía ocurrir que no consiguiéramos hacer el trámite que teníamos que hacer y dispuestos al menos a conocer Barcelona y disfrutar el viaje. Así que el sábado 7 de junio, en cuanto el Bibi llegó de su guardia en Inca, partimos hacia el puerto a abordar el ferry de Transmediterránea que nos dejaría en 4 horas en la deseada Barcelona. Allá vamos.

Estamos de vuelta

Ante la avalancha de pedidos de reanudación de este famosísimo blog, allá vamos. En realidad hace tanto que no escribo que ya no me acuerdo ni cómo se hace. Pero lo intentaremos, a ver si agarro envión y empiezo de nuevo. Comenzamos por el viaje a Barcelona. Lean, lean.