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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

07 abril 2008

Esta tarde

En la Fundación March, que tiene además el mejor museo de arte contemporáneo de Palma, aunque no el mejor edificio, darán una charla dos escritores que me interesan por razones bien distintas.
Uno es Luis Mateo Diez, un leonés que escribe como un leonés, empeñado en que su lengua, su aldea, su lugar en el mundo, se levanten unos centímetros del suelo y se muestren y se vean tal como son. Ni mejor ni peor, igual diría yo que cualquier aldea; un lugar en el mundo cualquiera pero único, con las mismas miserias, las mismas penas, las mismas pasiones, los mismos dolores, y las mismas glorias también; igual, exactamente humano y con el mismo olor a humanidad que atisbamos detrás de cualquier literatura, LITERATURA, de cualquier lugar del mundo. Desde la Iliada a Madame Bovary, desde Las troyanas a Fundación mítica de Buenos Aires. Aquello que allá en la infancia me paralizaba de placer, atada a un libro que me arrancaba del encierro de mi cuarto marplatense en los veranos, de esos límites tan estrechos de mi vida y mi barrio, para llevarme a otros lugares y a otros tiempos, vuelve a aparecer cada vez que descubro un escritor que me muestra su mundo y su tiempo, su pequeño mundo íntimo y universal, y su lengua, su castellano tan distinto del mío. Luis Mateo Diez, como José Hernández, como Cortázar, como el mejor García Márquez, como Cervantes, como Rulfo, como Shakespeare, como Borges, como tantos y tantos que ni siquiera tendré en la vida ay, tiempo de leer, es un escritor que no tiene ninguna intención de hacernos concesiones ni favores. Nos exige, nos aprieta, nos obliga a leer sin distraernos, atentos, casi como animales de presa siguiendo el rastro que las palabras nos van dejando. Palabras, palabras, palabras. Un artilugio de palabras que construyen un mundo, más real y más eterno que los mundos de ladrillos y cemento. Qué sabríamos nosotros de los griegos si no hubieran quedado Sofocles y Esquilo, Eurípides y Homero, Platón y Aristóteles.
Nada de blanduras, nada de ofertas de pajaritos de colores, nada de libritos con historias más o menos atrapantes, nada de inventos de sectas descendientes de María Magdalena, no, nada de eso. Nada de fajas coloradas y más de un millón de lectores. Un lector o un millón valen lo mismo. Los libros no deberían venderse ni comprarse; las páginas de los libros deberían ser de papel de lija; las tapas de los libros deberían tener espinas, como los tallos de las rosas.
Voy a llevar conmigo el único ejemplar que tengo aquí del Martín Fierro; y si me animo, sólo si me animo, se lo ofreceré a Luis Mateo Diez. No sé si lo conoce, no sé si lo leerá. Pero tiene este leonés mucho más que ver con José Hernández de lo que podría suponerse, y sin duda muchísimo más que ver que con tantos contemporáneos que publican y publican y publican y llenan los estantes más vistosos de las librerías.
Sin concesiones, sin palabras neutrales, sin castellano estándar, levantando su aldea unos centímetros del suelo para que se muestre y se vea tal como es. Le ofreceré mi Martín Fierro a cambio del placer duro y áspero que me está dando leer su La fuente de la edad, que acabo de descubrir.
Después les contaré del otro escritor, que por razones bien distintas, también me interesa escuchar esta tarde.

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