Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

29 abril 2008

Con ustedes: Manolito

Hace mucho que no pongo nada aquí; casi diría que hace mucho que no escribo un renglón que no sea por cuestiones administrativas, siempre las peores. Pero aquí tienen la gran novedad de la familia: desde hace dos semanas somos los felices propietarios de este cachorro que Perico tiene a upa y que me tiene totalmente seducida. Todo lo huele, lo muerde, lo indaga, lo mira y remira. Me sigue a mí y sólo a mí por la casa vaya a donde vaya y de tal manera que tengo que ir prestándole atención a mis talones porque en cuanto giro me lo llevo por delante. Cuando lo fuimos a buscar a la Mallorca interior, a Sa Pobla, pesaba 2 kg y es posible que parte de ese peso fueran pulgas. Nos lo vendió un viejo inglés buen mozo y con los ojos más azules y la cara más dura que hayan visto nunca, que se gana la vida cantando en los hoteles imitando a Frank Sinatra (casi podría hacerse pasar por él si no estuviera muerto) y vendiendo los cachorros que cría.

 Hicimos la transacción en la puerta del supermercado del pueblo, porque por teléfono nos dijo que vivía en una finca que nos resultaría difícil de encontrar. Nos contó que hace más de veinte años que vive en la isla, pero no sabe decir en castellano ni en catalán ni en ninguna otra lengua romance ni buen día. En un inglés musical nos dijo que el perrito estaba un poco sucio porque el día anterior había llovido y había estado correteando por esos prados de Dios. Cuando llegamos a casa y lo pudimos mirar con detenimiento y sobre todo con luz descubrimos que todos esos montículos que yo le vine tocando desde Sa Pobla hasta Palma no eran yuyos ni abrojos: eran pulgas, montones, millones, verdaderos enjambres de pulgas que se lo estaban literalmente comiendo vivo. Cuando lo metí en la bañera y le pegué la primera fregada y la primera enjuagada casi me descompongo: por el desagüe se iba la sangre que las picaduras de pulgas le iban sacando del cuerpo. Allí mismo, en ese primer baño, le ahogamos unos cuantos cientos; las que quedaron vivas se le instalaron en la cabeza, que fue lo único que por razones obvias no le pudimos sumergir.

Dos semanas después está completamente expulgado, limpio, vacunado, desparasitado y hasta perfumado con Christian Dog. Ayer lo volvimos a llevar al veterinario y pesa casi el doble de lo que pesaba al llegar. El tipo ya tiene hasta pasaporte comunitario, qué lo parió. En honor a sus cejas peludas y al inolvidable personaje de Quino, y ya que es el primer español legítimo y legal de la familia, le pusimos Manolito. Se da la casualidad, ay, de que su veterinario se llama igual que él. Hoy, hace apenas un rato, le pegué el primer chirlo de su vida: descaradamente y a pesar de mis voces de franco tono autoritario se manducó la suela de mis pantuflas recién estrenadas en menos que un gallo canta.

Ahora, acobardado "como un pájaro sin luz" que dice el tango, duerme con la cabeza apoyada en mi pie derecho mientras yo les escribo. Me parece que nunca en mi vida un dinero gastado me proporcionó más placer.

07 abril 2008

Esta tarde

En la Fundación March, que tiene además el mejor museo de arte contemporáneo de Palma, aunque no el mejor edificio, darán una charla dos escritores que me interesan por razones bien distintas.
Uno es Luis Mateo Diez, un leonés que escribe como un leonés, empeñado en que su lengua, su aldea, su lugar en el mundo, se levanten unos centímetros del suelo y se muestren y se vean tal como son. Ni mejor ni peor, igual diría yo que cualquier aldea; un lugar en el mundo cualquiera pero único, con las mismas miserias, las mismas penas, las mismas pasiones, los mismos dolores, y las mismas glorias también; igual, exactamente humano y con el mismo olor a humanidad que atisbamos detrás de cualquier literatura, LITERATURA, de cualquier lugar del mundo. Desde la Iliada a Madame Bovary, desde Las troyanas a Fundación mítica de Buenos Aires. Aquello que allá en la infancia me paralizaba de placer, atada a un libro que me arrancaba del encierro de mi cuarto marplatense en los veranos, de esos límites tan estrechos de mi vida y mi barrio, para llevarme a otros lugares y a otros tiempos, vuelve a aparecer cada vez que descubro un escritor que me muestra su mundo y su tiempo, su pequeño mundo íntimo y universal, y su lengua, su castellano tan distinto del mío. Luis Mateo Diez, como José Hernández, como Cortázar, como el mejor García Márquez, como Cervantes, como Rulfo, como Shakespeare, como Borges, como tantos y tantos que ni siquiera tendré en la vida ay, tiempo de leer, es un escritor que no tiene ninguna intención de hacernos concesiones ni favores. Nos exige, nos aprieta, nos obliga a leer sin distraernos, atentos, casi como animales de presa siguiendo el rastro que las palabras nos van dejando. Palabras, palabras, palabras. Un artilugio de palabras que construyen un mundo, más real y más eterno que los mundos de ladrillos y cemento. Qué sabríamos nosotros de los griegos si no hubieran quedado Sofocles y Esquilo, Eurípides y Homero, Platón y Aristóteles.
Nada de blanduras, nada de ofertas de pajaritos de colores, nada de libritos con historias más o menos atrapantes, nada de inventos de sectas descendientes de María Magdalena, no, nada de eso. Nada de fajas coloradas y más de un millón de lectores. Un lector o un millón valen lo mismo. Los libros no deberían venderse ni comprarse; las páginas de los libros deberían ser de papel de lija; las tapas de los libros deberían tener espinas, como los tallos de las rosas.
Voy a llevar conmigo el único ejemplar que tengo aquí del Martín Fierro; y si me animo, sólo si me animo, se lo ofreceré a Luis Mateo Diez. No sé si lo conoce, no sé si lo leerá. Pero tiene este leonés mucho más que ver con José Hernández de lo que podría suponerse, y sin duda muchísimo más que ver que con tantos contemporáneos que publican y publican y publican y llenan los estantes más vistosos de las librerías.
Sin concesiones, sin palabras neutrales, sin castellano estándar, levantando su aldea unos centímetros del suelo para que se muestre y se vea tal como es. Le ofreceré mi Martín Fierro a cambio del placer duro y áspero que me está dando leer su La fuente de la edad, que acabo de descubrir.
Después les contaré del otro escritor, que por razones bien distintas, también me interesa escuchar esta tarde.

06 abril 2008

Para dejar registro

Hoy, domingo 6 de abril, fuimos a tomar sol a la playa por primera vez en el año. Calor, lo que se dice calor, no hace. Ni nada parecido. Digamos que tenemos unos días de cielo azul radiante, de sol generoso, de luz mediterránea y cegadora, pero un airecito fresco, que te eriza los pelos de la nuca en cuanto se cruza la más leve de las nubes entre ese sol glorioso y la piel. Y en cuanto atardece, a abrigarse; de noche hace decididamente frío. En realidad son días ideales para salir a caminar, no todavía para tenderse al sol. Pero ocurre que ayer paseamos por la Tramuntana, y de noche tuvimos trasnochada con el fútbol en sección doble o triple: primero picadita con amigos para ver el Mallorca con el Real Madrid (nos robaron el partido, referí bombero!!!!!!!!!!!!) y después, mientras los adultos charlábamos ya lejos de la pantalla, los chicos siguieron con Boca- Banfield y todavía después me parece que Independiente y no sé quién. La cuestión es que después de la juerga del sábado a la noche nada mejor que tenderse en la playa, reposera y libro y alabado sea el Señor.
En la playa de Portals: guiris colorados como camarones ya a esta altura; argentinos siempre en grupos casi de multitud y con el mate en el medio; el Bibi que lee un poco, duerme un poco y así; y yo, que también combino lectura, fiaca y mucho ojo abierto para no perderme nada y después contarles. Así que ya lo saben: ya se puede tomar sol en el Paraíso.