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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

06 marzo 2008

Miércoles 5 de marzo: de la mar arbolada y de la náusea


Tal como estaba previsto a las 11 de la mañana llegamos puntualmente al dique del oeste, en Porto Pi, para subir al ferry. Lo último que hicimos antes de salir de casa fue saludar a doña María, mi adorable vecina, a la que le devolví una cesta en la que me había traído naranjas y limones de Bunyola, perfumados, recién sacados del árbol, dulces, tiernos, perfectos.

Mientras nos despedíamos de doña María el vendaval se oía desde el lugar del departamento en que estuvieras, y cuando le dijimos que nos íbamos a Granada ya, ya mismo, en el ferry, me pareció que nos miraba con cierto desconcierto, o quizás con cierta pena. A lo mejor el ferry no salga a horario con este viento, le dije como excusándome. Casi le rodaron dos lagrimones por la cara, como a Fierro antes de entrar al desierto. Me agarró la mano izquierda, que era la única que tenía desocupada, entre sus manos, y me miró fijo: pues que tengan suerte, hija. No le entendí; no supe si con eso me decía ojalá salga u ojalá no salga.

El ferry salió efectivamente a horario; para subir el coche nos guió una iberoamericana de algún lugar caribeño, de esa parte de América que suaviza las jotas, a la que el viento le sacudía los pelos, el chaleco reflectante, la planilla, la birome, todo; protegiéndose como podía la cara de la furia de la tempestad nos sugirió que si teníamos "las pastillas esas para el mareo" procediéramos a tomarlas, porque había "mala mar", dijo, y "nos moveremos; vaya si nos moveremos". Le pregunté si ella también viajaba. "Sí; si salimos me moveré con ustedes".

Ni bien subimos a la cubierta de pasajeros nos recomendaron que nos sentáramos, que no nos quedáramos en la cafetería. A las 12 el ferry partió puntualmente. Por primera vez vi la bahía de Palma desde el mar. Las torres de las iglesias de la ciudad vieja, el perfil del baluart, la Seu, el castillo de Bellver, el puerto de veleros y yates; una postal, pensé. Una postal turística con grúas, eso sí. Y que no falte.

El ferry es enorme (183 metros de eslora, casi dos cuadras); una mole cargada de camiones y coches, de no sé cuántos pisos; mientras caminaba recorriéndolo pensé con toda seriedad que semejante mastodonte no podía moverse de ninguna manera. Ay mísera de mí, ay infelice.

Ni bien dejamos atrás el refugio de la bahía empezaron a verse unas olitas, un cielo negro, un mar interminable y solitario. A la media hora las olitas se habían convertido en un oleaje tupido y demoledor que sacudía el ferry como si fuera una balsa de madera de pino. Una montaña rusa interminable en la que nunca se sabía cuándo terminaba la subida y hasta qué profundidad llegaría la bajada. En el medio del zarandeo al Bibi se le ocurrió ir al bar, y a mí acompañarlo. En mala hora. Agarrándonos de las paredes y de las barandas para no rodar por el suelo, riéndonos a carcajadas, sacudiéndonos como títeres sin hilos, fuimos llegando al bar. En menos que un gallo canta me di cuenta de que me estaba mareando; me daba la impresión de que el estómago no se me acomodaba al movimiento: cuando el barco subía a mí algo me bajaba hasta el ombligo, y cuando bajaba, algo me subía hasta el borde mismo de la garganta. Mientras hacía el camino de vuelta sosteniéndome de donde podía llegué a ver a la sudamericana caribeña, la de las jotas atenuadas, repartiendo bolsas impermeables para vomitar con un resto de higiénica dignidad. Fue el colmo.

Llegué a mi asiento, más que sentarme me empotré y allí pasé el resto de la travesía, respirando hondo por la nariz y repitiendo entre inspiiiiiiiiiro y espiiiiiiiiiiiiro no voy a vomitar, no voy a vomitar, no voy a vomitar. Así llegamos a Valencia, ocho horas después.

Mientras respiraba sin tanto inspiro ni espiro el aire fresco del puerto valenciano, ni bien se terminó ese asquete arrasador, pensé en doña María y su enigmática sonrisa entre piadosa y burlona. El diablo sabe más por viejo que por diablo, sí.

Hoy escuchamos en la radio que otro ferry de Balearia que iba a Palma desde Barcelona tuvo que fondear mar adentro sin poder entrar al puerto y allí se quedó varado 24 horas, con todos los pasajeros a bordo. O sea: lo nuestro fue espantoso, pero pudo haber sido muchísimo peor. Qué lindas que son las islas.

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