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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

10 marzo 2008

Del viernes y la Alhambra


Teníamos compradas las entradas por internet. Desayunamos, nos tomamos el autobús (el 32) muy cerca del hotel, y después de subir y subir mirando los famosos cármenes (que son casas con jardines y huertas, casi lo que nosotros diríamos quintas), llegamos a la Alhambra, que ya de entrada tiene algo de laberinto. El lugar en el que se compra o se retira la entrada no es el lugar por el que se entra. Y la entrada es necesaria sólo para acceder a determinados lugares. Los jardines, el parador, el palacio que Carlos V se mandó construir y no vio terminado, son de acceso libre. La Alhambra es una ciudad, es un refugio, es un palacio, es una fortificación, y es también una historia, unas palabras que sabemos de ella mucho antes de conocerla. La Alhambra es lo que nos contaron otros, voces superpuestas de escritores románticos, del audaz Antonio Gala, que se inventó un Boabdil a su imagen y semejanza, sensual, nostálgico, solo; de romances viejos que aprendimos en la infancia; hasta de Borges, que la volvió a ver cuando ya estaba ciego.

Tan poblada de turistas ahora, cuesta mucho imaginarse esas paredes sirviendo de casa para alguien; para mí fue más unos perfumes y unos ruidos de hojas en el viento, de agua corriendo en las acequias, que un monumento histórico. Por los interiores pasé como paso siempre por las casas convertidas en museos: con la sensación de estar violando una intimidad que no me pertenece, casi como una ladrona furtiva.

Pasamos el día allí; caminamos como mulas, recorrimos cada cosa maravillados de que alguna vez lo hayan hecho (cuesta mucho imaginárselo) y de que se haya conservado: un milagrito. Las torres, las puertas, las fuentes, los palacios, el generalife, el palacio renacentista del emperador, el nieto de los vencedores. Comimos algo en el parador, muertos de frío, y salimos al albaicín por la Cuesta de los Chinos, bordeando el Darro y rodeados de bosque, como si estuviéramos en otro mundo, oyendo sólo el canto de los pájaros y el ruido del viento en las copas de los árboles.

Lo más curioso del día: desde toda la Alhambra se escucharon sin parar unos tangazos impresionantes. En Granada se celebraba en esos días un festival de tango, y supongo que estarían tocando en alguna plaza del albaicín. A la nostalgia de ese pobre Boabdil le sumaba mi nostalgia: yo también perdí mi reino.

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