Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

19 febrero 2007

Lo mejor y lo peor

Si tuviera que resumir esta semana que pasó en esos términos, lo mejor y lo peor, ya sé cómo lo haría. Voy a empezar por lo peor, para que no nos quede a mí y a ustedes ese sabor amargo en la boca.
El lunes pasado me encontré en el ascensor con la dulce mujer boliviana que cuida a los papás de Teresa, mí tímida y tan cordial vecina de arriba. Teresa trabaja mucho, sus padres son ya muy mayores, y probablemente sin la ayuda de Rosa, que así se llama la boliviana, su vida se convertiría en un infierno de complicaciones. Así, de paso: mujeres que atienden viejitos, mujeres que ayudan a mujeres a atender viejitos, mujeres que se ocupan de todo aquello que hace la vida posible, y de un modo tan callado y tan discreto que parece que de eso no se ocupa nadie. Pero dejémoslo.
Cuando me la encontré en el ascensor Rosa tenía un gesto de particular amargura, mucho más acusado que la normal mirada de tristeza infinita que le noto siempre. A pesar de la resignación que parece tener frente a todos los males de esta vida estaba abatida: su hijo mayor, un chico de 18 años, había llegado el día anterior a Barajas y lo habían retenido en el aeropuerto junto con otros 180 bolivianos como él. Las única novedades que había podido recabar eran las que le daba su hermana, que vive en Murcia pero se fue hasta Madrid a recibir al sobrino y se encontró con la triste noticia: no lo dejaron entrar. Ni abogado ni cartas de invitación, ni nada de nada, no hubo forma. Y tampoco hubo forma de hacerle llegar al menos un abrigo, por lo que la pobre Rosa estaba más preocupada por el frío que debía estar pasando su niño en una dependencia policial de Barajas que por la deportación. Está desabrigado, me repetía una y otra vez. Sí, pensaba yo, realmente está desabrigado.
En ningún diario leí la noticia, así que me imagino que cosas semejantes pasarán todos los días en los aeropuertos de Europa sin que la opinión pública se entere de nada. En los diarios no hablaban de tí, ni de mí, decía la canción. Por fin el jueves, después de cuatro días de encierro en ese limbo que me imagino que debe ser el lugar en el que hacinan a pobre gente por el terrible delito de haber nacido en la parte sumergida del planeta y tener la pretensión vana de salir a flote , lo mandaron de vuelta para Bolivia, de donde había salido cargado de ilusiones y de ganas de ver a su mamá y a donde volvía expulsado y más pobre y más desamparado que antes. Estaba desabrigado, sí.
El viernes, el mismo día que el hijo de Rosa llegó de vuelta a Bolivia, mi Joaco querido salió de Buenos Aires; con distintas circunstancias venía a lo mismo que ese otro pobre chico del que no sé ni el nombre. Me imagino que con los mismos miedos y las mismas ilusiones. Nosotros tuvimos suerte: el sábado lo abrazábamos en el aeropuerto de Palma, mientras protestábamos indignados porque a Juliette, para no perder la costumbre, le habían perdido una valija; por suerte mi Joaco es blanquito, tiene tarjeta de crédito y aspecto de europeo civilizado y bienpensante.
Lamento comunicarles: vivimos todos, el hijo de Rosa, y Rosa, mi Joaco, y yo, todos, en un mundo de mierda.

15 febrero 2007

A las 7 en el bar Bosch

Hace tiempo, allá por abril del año pasado, les conté de la alegría y también la sorpresa, casi la incredulidad, de haber encontrado amigos tan queridos en internet. Uno podría a esta altura no sorprenderse; después de todo si cada día nos dicen que esto de las computadoras ya ha modificado y seguirá modificando de manera radical nuestras vidas; que montones de cosas que tardábamos horas en hacer, desde comprar unos pasajes de avión, planificar un viaje, alquilar un departamento, enviar engorrosos y larguísimos trabajos a un congreso, buscar una cantidad de información a la que no hubiéramos podido acceder ni recorriendo cientos de bibliotecas, tantas cosas, las resolvemos ahora desde casa apretando botoncitos, por qué no pensar que de alguna forma internet puede funcionar también como el café de la esquina, y un café en el que podemos encontrarnos no sólo con el vecino de enfrente sino con gente que vive en lugares muy lejanos, que quizá nunca conoceremos.
Pero, pero, pero...sí, los peros son inevitables. Como en mi infancia las madres nos recomendaban cada vez que pisábamos la puerta cosas que nos parecían tan increíbles como "si un señor te ofrece un caramelo salí corriendo" (nunca terminé de entender lo del caramelo y el correr, pero debe ser porque hasta ahora nunca nadie me ha ofrecido así, graciosamente y sin mediar otra palabra, un caramelo por la calle), ahora nos recomiendan hasta por la radio que tomemos mil precauciones con la gente que conocemos por internet. Parece, y seguramente debe ser cierto, yo no quiero de ninguna forma tomarme esto en chiste, que uno puede encontrarse en internet, y hasta caer embaucado, con cualquier clase de depravado que anda por esos mundos, digamos abriéndose el sobretodo cibernético; desde ofertas para ser literalmente masticado como si uno fuera un pedazo más o menos suculento de mortadela, hasta villanos de todo tenor que andan por allí buscando incautos para sonsacarles datos bancarios, direcciones de tesoros bancarios, qué sé yo. Malos, en fin; gente malísima.
Pues muy bien. Así será. Ya les dije hace un ratito que cuando uno deja de creer en los Reyes Magos y el ángel de la guarda generalmente cae en las creencias más inútiles y absurdas. En fin: yo les repito a mis hijos, que ya son todos más altos que yo (y no quiero comentarios malévolos con mi estatura digamos "small") y tienen todos más pelos en las piernas que yo (sólo porque son varones, aclaro, que si no, habría que ver) que tengan mucho cuidadito con lo que hacen en internet; que nada de andar revelando asuntos secretos a extraños que quién sabe qué sádicas intenciones han de tener.
Pero lo cierto, lo verdaderamente cierto, es que yo en internet me he encontrado con gente no sólamente buena, noble, inteligente, divertida, sino que he conseguido amigos a los que quiero muchísimo, con los que he podido contar en momentos en que hasta yo misma me hubiera abandonado, y con los que estoy segura de que podré contar ya para siempre. Mercedes, mi querida Oriental, como si fuera mi hermana gemela del otro lado del río (sí, el Río de la Plata, nada de mares, no) Octavio y Pili, todos generosidad, inteligencia, vitalidad, son ya para mí amigos para siempre, y tan queridos y tan cercanos como si hubieran sido mis amigos de toda la vida. Y Virginia, esa argentinasuizacheca a la que todavía no he visto nunca pero que creo que tiene tanto que enseñarme y ya siento tan cercana; y Daniel, y Moira; en fin: mi ángel de la guarda, el mismo que allá en la infancia me amparaba entre sus alas de los terrores nocturnos, se debe haber actualizado y debe andar por internet; y evidentemente me va llevando de la mano y reuniéndome sólo con gente decente y buena. O será que uno en todas partes, en el café de la esquina o en el cyberespacio, encuentra, como dicen que decía Pasteur, ni más ni menos que lo que busca. Qué sé yo.
Ayer a las 7 de la tarde, en el muy palmesano bar Bosch, ha ocurrido otra vez ese milagro de encuentro vía internet. Allí nos encontramos Ignacio y yo, otra vez cumpliendo el rito de las señales de identificación medio absurdas; y a los 5 minutos de vernos por primera vez en la vida ya estábamos charlando como si hubiéramos sido vecinos durante años. ¿Que quién es Ignacio? Ah bueno, después les cuento.

De internet, mi ángel de la guarda y otras cosas

No me reten: les prometí que les contaría de las fiestas de San Sebastián y todavía no empecé. La verdad es que fueron tantos y tan exuberantes los festejos que no sé muy bien por dónde empezar; pero mi promesa sigue firme: yo les contaré.
Pero ahora quiero hablarles de otro tema. Entre las muchas cosas fantásticas en las que uno suele creer en la infancia, yo tuve al menos dos de las que no sé bien quién me convenció, pero que en todo caso endulzaron mi niñez de un modo que nunca dejaré de agradecer. Una, obviamente, fueron los Reyes Magos. Todavía tengo el recuerdo casi físico de los latidos del corazón (la tropilla de la zurda, que diría el tango) entre las sábanas en las noches tibias del 5 de enero, en mi cama y mi cuarto marplatenses. En el silencio de mi barrio perfumado de tilos yo oía, expectante y paralizada no sé si de terror o de pura esperanza, rumores de pasos y de voces que eran, sin ninguna duda, los de esos Gaspar, Melchor y Baltazar y sus misteriosos camellos, que de alguna manera mágica se colaban esa noche no sólo en mi casa, sino en las casas de todos mis amigos. Venían a dejarnos unos regalos que en mi caso, la verdad, no eran ni más ni menos valiosos que los otros tantos juguetes que me compraban mis padres durante todo el año. Yo no esperaba con ese fervor a los Reyes Magos por las cosas que podían traerme, no. Papá y mamá, que eran unos viajeros empedernidos, nos traían a Cristina y a mí muñecas hermosísimas de lugares lejanos; jueguitos de té de porcelana; roperitos en miniatura colmados de ropa para esas muñecas preciosas; juegos de mesa; bebés que lloraban y reclamaban el chupete o la mamadera; libros de aventuras que me sacaban del mundo simple y cotidiano en el que vivía. Hemos tenido, mi hermana y yo, una infancia colmada de regalos. No, no era por eso que yo esperaba a los Reyes Magos.
Levantarse a la mañana del 6 de enero y descubrir en la chimenea de casa la bicicleta (ah mi bicicleta roja y ligera de la infancia!), las muñecas, lo que fuera, tenía un plus de milagro que a mí me fascinaba. Lo fantástico, lo que se salía por todos lados del mundo real, estaba allí, tangible, convertido en la más absoluta y deslumbrante realidad. Eso, y no las cosas, era mi regalo de Reyes. Salir a la calle con los juguetes nuevos y encontrarme a mis amigos del barrio (Robertito y Osvaldo; Cristina, Mariano, Popi, Teresita, Lucy, Wanda, las Matildes, Alciras, Amelias, tantos y tantos chicos que acompañaron las vacaciones de mi niñez y de mi adolescencia y que sabrá Dios dónde estarán ahora), todos con esas caras de incredulidad y de alegría, mostrándose unos a otros los regalos, era una fiesta que yo esperaba cada año como lo mejor del verano. Y de paso, ahora que lo pienso: los tres únicos días de Reyes de mi vida que no pasé en Mar del Plata los pasé en España: uno, ya muy lejano, en Toledo, y los dos que llevo en Palma.
Pero además de los Reyes yo tenía otro milagrito por allí, y ese me acompañaba todo el año. Para mí que siempre fui bastante miedosa, no había amparo más seguro y más firme que mi ángel de la guarda. Yo no sé si fue mamá, si fue mi queridísima Paz o si fueron las monjas, aunque ahora que lo escribo: sí, seguramente fueron las monjas. La cuestión es que haberme convencido de que los chicos teníamos siempre disponible un ángel personal que nos custodiaba y nos protegía fue lo mejor que pudieron haberme contado. No hubo noche de mi infancia, y hasta bien entrada la adolescencia, en que yo no invocara a mi ángel para charlar un rato y para sentir que no estaba sola en la cama, aterrada ante el mínimo crujir de las maderas o el rumor del viento en las ventanas. Saber que estaba allí, conmigo siempre, me confortaba y me rodeaba de una enorme calidez que en la vida adulta no sé si he vuelto alguna vez a recuperar.
No recuerdo en qué momento perdí de vista a mi ángel; no sé en qué momento los chicos dejan de creer en lo mejor de la vida para empezar a ser adultos y creer ya en cualquier pavada que igual no les servirá ni para consuelo. De cualquier manera últimamente, con esto de internet, y las cosas que me pasan a mí con internet, estoy empezando a creer que aquel ángel de mi infancia todavía está conmigo y yo como una marmota, sin darme cuenta. Ahora les cuento.

04 febrero 2007

Mi convertible


Guauuuuuuuuuuu!!!!! Ahí en la foto se ve espectacular, porque es de publicidad. Pero es exactamente de este color, y lo tendré que usar, y lo uso, con techito, todavía. Y lo haré convertible sólo durante la primavera, porque en el verano hace tanto calor que me cocinaría la cabeza. Es precioso, y me parece que el primer auto que tengo que de verdad me gusta.

01 febrero 2007

Parece que llegó el momento

Sí, ya sé que prometí contarles de San Sebastián y todavía no empecé. No se impacienten (me imagino la desesperación de mis lectores, que estarán comiéndose los codos para que yo escriba, je), que tengo que organizarme porque si cuando me organizo y me lo pienso soy aburridora de tan larguera, imaginen si arrancara así nomás, sin pensar mucho.
Pero tengo urgencia por anotar aquí algo que sé que después olvidaré, y que pronto ya no podré decir cuándo empezó. A muchos de ustedes les dije muchas veces que el día que me escuchara diciendo "saca el agua de la nevera" por primera vez estaría perdida. Y que empezaría ese mismo día a ponerles carteles grandes a las cosas: HELADERA, AUTO, SILLON, COLECTIVO y así. Será porque casi no hablo con mallorquines (mejor dicho: ellos no hablan conmigo, que yo hablo hasta con las piedras, la verdad), pero todavía no me pasó; al menos que yo haya notado, no se me pegó nada.
Pero h0y ocurrió por primera vez algo que me paró las antenas, y me erizó los pelos de la nuca: yo venía manejando, y al Bibi le sonó el teléfono. Atendió y entabló una de esas conversaciones que resultan misteriosas para quien oye sólo la mitad. Y decía por allï: "sí, dime... sí, sí, cuando tú quieras. ¿El lunes por la tarde a ti te queda bien?... Vale entonces: el lunes..." Yo seguí manejando como si tal cosa y no dije una palabra, pero pensé, pensé... quizá llegó el momento de empezar con los carteles.