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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

09 enero 2007

Abuelos españoles, nietos argentinos. O al revés.

Hoy estuvimos de compras. Más que de compras, de vidrieras. Y más que de vidrieras, de mirocoteos. La verdad es que cualquiera que sea el verbo que se emplee toda actividad rclacionada con el tema de elegir, seleccionar y finalmente pagar por algo que uno quiera o necesite en estos días resulta agotador. El lunes, ayer, empezaron las rebajas (Rebaixes aquí), que además dicen que serán y que son ya furibundas porque este invierno, cambio climático mediante, las ventas no fueron demasiado prósperas.
En fin: yo ando con ganas de poner cortinas nuevas y allá me lo llevé al Bibi a Ikea, a ver si pesco algo bueno bonito y barato. Aquello era lo más parecido a un hormiguero que se puedan imaginar. Ya de entrada y para ponernos en clima debemos haber tardado 20 minutos en encontrar un lugarcito en el parking, cosa de empezar a aclimatarnos a las colas antes de entrar. Caminamos abriéndonos paso a los codazos entre las cacerolas, las camas, los roperos, las repisas, los sacacorchos, las cubeteras para el hielo con formitas de pescado, las lámparas, los estantes zapateros, las velas, los cuadros, las copas, los colchones, las perchas, los espejos, las macetas, qué sé yo, podés encontrar ahí lo que se te pueda ocurrir y más. Y gente. Gente, gente, gente y más gente. Sospecho que la isla entera decidió concentrarse esta tarde en Ikea.
Hartos de dar vueltas siempre en el mismo lugar, como si en lugar de meternos en un negocio nos hubiéramos entrampado en un laberinto de muebles, enseres y multitud, huimos hacia el aire fresco de la calle, sin cortinas, por supuesto.Y ya que estábamos a reponer fuerzas con un cafecito y unas galletitas suecas, que solo se consiguen ahí y son riquísimas. Pronto tuvimos vecinos de mesa: una mamá joven, mallorquinísima, una nena de unos tres años, inquieta, vivaracha y bonita, y una abuela también muy joven, paquetísima y más argentina que yo, que ya es decir.
La madre le hablaba a la nena en riguroso mallorquín, y del cerrado. La abuela en criollísimo y familiar argentino (querés más estrellitas, mi amor? sí; quedate acá sentadita con mami un poquito que la abuela te las trae). Y la nena, astuta y versátil como todos sus congéneres infantes, mechaba el mallorquín cerrado con la madre y el argentino más puro con la abuela, sin el más mínimo titubeo ni la más mínima confusión. Suegra y nuera hablaban entre ellas en castellano estandar, para decirlo de algún modo. Como curiosidad: la argentina le decía "¿querés más estrellitas (con "y", sí, con nuestra inconfundible "y" las estrellitas)?" a la nieta, pero "¿quieres otro café?" a la nuera. Política suegril, me imagino. Y yo me divertía haciendo de público de esa escena que fácilmente hubiera podido ser teatral.
Al principio me sorprendió, como me sorprende siempre la facilidad con que los chicos se convierten desde el principio en bilingües sin ningún problema (otro día les cuento el dolor de cabeza que me imagino que tienen los profesores de castellano de estos pagos cuando descubren que no hay forma de evitar que los chicos digan "la calor", que es femenino en catalán, o que le pongan artículo a los nombres propios, como lo llevan en catalán). Pero después, poco después, me dio por pensar que esa misma situación la había vivido yo en la infancia. Yo también tenía abuelos que no hablaban ni como mis viejos, ni como mis amigos, ni como se escuchaba en la tele o en la radio. Pero a mí eso siempre me pareció lo más natural del mundo. Jamás se me ocurrió pensar que mis abuelos hablaban raro, y por supuesto siempre les entendí perfectamente, aunque yo no usara las mismas exactas palabras que ellos. Esa era para mí la voz de mis abuelos y no un idioma extraño ni ajeno. Hoy por primera vez me dio por pensar qué pensarían, mejor qué sentirían, mis abuelos cuando me escuchaban a mí hablar en argentino.
¿Cómo será que tu nieto sea español? Por primera vez he pensado que eso mismo que le pasa a la argentina paqueta de Ikea puede perfectamente un día pasarme a mí. ¿Me resultará tan natural? ¿Estaré para entonces tan acostumbrada que esta lengua sonora y bella que es el castellano de España ya no me sonará como campanas en el oído?
Estuve tentada de decirle a esa abuela argentina que mimaba a su nieta que conserve muy bien todos sus documentos. Que guarde su partida de nacimiento, la de su hijo, la de sus padres. Aunque de cualquier manera, pensé aliviada, su nieta, su querida nieta, aun cuando la vida y la historia tienen unas vueltas rarísimas que uno nunca sabe, aquello de "para nosotros, para nuestros hijos y para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino" mediante, nunca será una forastera ni una extranjera ni una ilegal en la Argentina.
Del mismo modo que nadie hubiera podido prever qué nos pasaría en el futuro a los argentinitos de los 50 y los 60, los de los abuelos españoles, quién sabe, quién puede imaginar qué les espera a estos españolitos de hoy, nietos de argentinos, en el siempre enigmático y sorprendente porvenir.

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