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Nombre: albertiyele
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05 mayo 2006

Del otro lado de la luna

Como algunas otras veces en este tiempo, como cuando faltaba poco para venirme para acá y me iba separando de cada cosa de lo que había sido mi vida hasta entonces; como cuando me tocó ver a Rubén despedirse de los chicos y quebrarse en llanto, y acompañarlo después al aeropuerto y verlo partir sin saber cuándo ni cómo ni dónde volveríamos a reunirnos; como en los primeros meses aquí, sin terminar de entender qué había pasado, ni qué estaba haciendo yo tan lejos de mi casa, esta semana que pasó estuve, otra vez, del otro lado de la luna, el lado oscuro, el lado desconocido y solitario.
En la lejana Buenos Aires mamá tuvo un infarto. Y quizás eso no fue lo peor, y prefiero dejarlo allí. Mi hermana, mi única hermana, ha tenido que tomar decisiones de vida o muerte en soledad, cargando con toda la responsabilidad y el temor.
En casa siempre se contó como una anécdota de celos fraternales que cuando yo nací, alguien de la familia y que he olvidado (porque evidentemente el inconsciente es sabio) le preguntó a Cristina, que andaba cerca de los 5 años, si quería a "su hermanita" (típicas ocurrencias de adultos crueles, tanto la formulación de la pregunta a una nena que acaba de sentirse destronada por la llegada de un hermano, como después la reiteración del cuento hasta la náusea, para ella y para mí. Y después nos quejamos de la crueldad de los niños), y que ella contestó con la frescura y la verdad de la inocencia infantil: "sí, la quiero mucho; van a ver cuando se muera cómo voy a llorar". Supongo que como todos los chicos habrá preferido durante mucho tiempo ser hija única, conservar para sí todas las prerrogativas de la exclusividad filial. Y supongo también que nunca habrá sentido que le hacía falta su hermana más que en estos días. Y yo, como tantas veces, no estaba allí.
Mamá está otra vez en su casa; para todo lo que pasó puede decirse que bien, muy bien. Y vayamos mejor a las buenas noticias que tuvo esta semana que pasó, porque siempre hay de todo en la vida, y suele venir mezcladito.
Joaquín empezó a trabajar el 1 de mayo (será un buen presagio eso de empezar a trabajar el día del trabajo?). Y está muy contento; hoy se cumple su primer semana laboral y todo es novedad y todo lo sorprende. Pero también es cierto que se trata de una tarea para nada rutinaria, y que creo que a no ser por el agobio de levantarse de madrugada, lo mantendrá interesado mucho tiempo.
Y finalmente la noticia bomba del año: Agustina, mi sobrina, mi querida Agustina, me ha anunciado por correo electrónico (estamos muy modernos) que se casa a comienzos de agosto. Cuando me enteré de que Agustina iba a nacer también estaba en Europa. Entonces me anoticiaron por teléfono y con operadora, y yo tenía poco más de 20 años y paseaba por Londres. Ha pasado tiempo, pero parece que las dos vamos cumpliendo un destino argentino: la diáspora, el desparramo, unos por aquí, otros por allí. En fin.
Ahora, aliviada por fin después de las palizas de las noticias porteñas de la semana pasada, retomaré el relato del viaje por España, por la otra España, la peninsular, la que cada día me parece más la España de verdad.

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