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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

11 febrero 2006

Filo, mi amiga Filo

Hace tanto tiempo que no escribo en este blog que casi tendré que aprender a hacerlo de nuevo. Pero me hace bien, me hace sentir acompañada (siempre hay alguno de ustedes que me hace un comentario, (claro que vía correo, porque acá, minga) y me sirve también para ir armando un registro de esta aventura que se va prolongando de una manera inesperada. Cada vez que parece que las cosas no van tan bien, o que se presenta alguno de esos inconvenientes que a uno lo hacen pensar qué hago yo acá, como por milagro aparece la solución, allí nomás, como si fuera una moneda que se encuentra tirada en la calle, por pura casualidad. Y aunque soy muy dura para creer en nada que no se toque, no se huela, no se vea, estoy empezando a creer que algo, o Alguien (en ese sí creo) debe querer que yo esté aquí, que nosotros estemos aquí, quién sabe para qué o por qué. Mejor pensar que es sólo para que disfrutemos de un lugar lindísimo, y seguramente para que aprendamos alguna cosilla. En fin.
Pero sucede que hace tanto que no escribo que casi no sé por dónde empezar. Tendré que remontarme a la noche de Nochebuena, si es que quiero seguir el hilo narrativo (qué doctoral que estoy hoy). Bueno, vayamos.

Estaba previsto que pasáramos la Nochebuena con Joaco, recién llegado, con Julieta (ya "nuestra", ya no sólo "su", Juliette, porque así la bauticé) y con Carli, Betty y sus hijos. Para los que no saben quiénes son Carli y Betty: amigos nuestros de toda la vida, de la verdadera y lejana infancia, él además padrino de bautismo de Joaquín, y a los que ahora que pienso parece que también por una misteriosa razón nuestro destino está como ligado: cuando recién casados nos fuimos a vivir a Formosa, allí estaban Carli y Betty, que se habían ido a vivir a Asunción poco tiempo antes, a un paso de nosotros. Durante los cinco años que vivimos allí fueron los únicos amigos de siempre a los que seguimos viendo muy seguido: o venían ellos o íbamos nosotros. Y ahora que lo pienso, con ellos pasamos una Navidad en Asunción, cuando nosotros no teníamos todavía chicos, y los de ellos eran unos enanitos rubios. Ahora Carli y Betty tienen sus tres hijos, una de ellas ya casada, viviendo en Madrid, así que pasan aquí largas temporadas, y fueron ellos los primeros en visitarnos en nuestra casa palmesana, cuando los chicos y yo estábamos recién llegados. Pero ¿por dónde iba? Ah sí: estaba previsto que pasáramos juntos las fiestas, así que como seríamos muchos, y para evitar trabajo, decidimos que cenaríamos en un restaurante. Buscamos bastante, porque toda la oferta de cenas navideñas que aparecía en los diarios era carísima. Finalmente reservamos en el Real Club Náutico de Palma, sencillamente porque era el más barato y nos gustaba la ubicación; está en la costa, en la punta de una escollera que se mete en el mar. Si no la comida, al menos teníamos garantizada la vista.
Pero ocurrió que el 23 de diciembre, como todos los días, pasé por el quiosco de Filo, mi diariera. Curiosidades: aquí los quioscos son los que venden diarios, y sólo los que venden diarios; los que nosotros llamamos quioscos, son estancos. Y los diarios se venden en el quiosco o en las "papelerías", que no son negocios que vendan cuadernos ni papeles, sino diarios y revistas. Filo atiende un quiosco que pertenece a una cadena, y es una extremeña conversadora, a la que le he comprado el diario casi cada día desde que llegué, y con la que charlé muchas veces, pero la verdad es que no sabía de ella casi nada hasta ese 23 de diciembre en que, otra vez, interrumpí la narración. Allí estaba yo en el quiosco, con una sonrisa de oreja a oreja porque había llegado mi Joaquín y era Nochebuena al día siguiente y teníamos reservada la cena del festejo. Y se me ocurrió, qué sé yo por qué, preguntarle a Filo con quién pasaría la Nochebuena. Pues sola, me contestó. ¿Cómo sola? le pregunté, me pregunté. Sola, sí. En mi casa, sola. Me di cuenta entonces de lo poco que sabía yo de Filo, y que sin embargo ella sabía bien que yo estaba contenta porque había llegado Joaco, y cómo se llamaba la novia de Joaco, y que vendrían también unos amigos a pasar las fiestas con nosotros, y mi hermana y mi cuñado y mi sobrina. Le pregunté a Filo si querría pasar la Nochebuena con nosotros, por preguntarle, por llenar el segundo de silencio que se hizo mientras yo pensaba en lo egoístas y lo necios que podemos ponernos a veces; tan necios como para no enterarnos de que al lado de nosotros hay gente con el agua al cuello mientras nosotros nos ahogamos en un vaso de agua. Pero Filo, que parece que es una caja de sorpresas, me dijo que sí. Se lo pensó como dos minutos y me dijo que sí.
Tuvimos nuestra cena de Nochebuena en el Real Náutico de Palma, en un saloncito para nosotros solos que nos habían preparado, sin lujos pero elegante, con una elegancia sobria, como de otra época. Por el ventanal veíamos iluminada no sólo la costa de Palma sino los palos de los veleros, como un bosque de barcos allí a nuestros pies. Comimos y bebimos alegremente, entre charlas y risas. Filo se asimiló al festejo como si nos conociéramos de toda la vida, y creo que la pasó muy bien. Y después nos vinimos a casa, a terminar la celebración y charlar un rato. En la calle no había ni fuegos artificiales, ni bombas que estallaran, ni tampoco mucha gente. Es invierno, y la Navidad aquí es una fiesta familar, casi íntima. Y estuvo bien; estuvo casi perfecto.

Dos cosas aprendí esta Navidad: a comer caldereta de bogavante (de chuparse los dedos) y a atender un poco más al que está al lado. Y no sólo en Navidad. ¿Los aburrí demasiado?

Y casi me olvido: no se amontonen con los comentarios muchachos, eh. Tranquilos; ustedes, tranquilos. Igual por si a alguno se le ocurre (que no vendría mal, aunque sea de vez en cuando), ahí abajo tienen un cartelito que dice comments; pueden teclear y seguir las instrucciones, y decirme algo, ALGUITO, por favor.