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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

30 noviembre 2005

De las plantas y otras cosas

Algo sorprendente en esta isla es la vegetación, y por varias razones. Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de árboles y plantas parecidos a los que suelo ver en Mar del Plata. Ahora que hace ya un tiempo que estoy acá me lo voy explicando: el clima es parecido. En verano, debo decir, hace mucho, pero MUCHO, más calor. Pero como Mar del Plata (y Buenos Aires) esto es muy húmedo, cosa que me sorprendió porque traía la idea de que me encontraría aquí con las sequedades de Madrid. No fue así. La ropa tarda en secarse, las tardes de verano (y las mañanas, y las noches) son bochornosas como las de Buenos Aires, con el agravante de que el calor terrible empieza en junio y ya no se va, ni de día ni de noche, hasta septiembre. Cuando recién llegué, el 29 de junio (san Pedro, sí, san Pedro), empecé a otear el horizonte, con la idea porteña de que llegaría por fin una tormenta de esas que duran nada pero arrasan con el calor y dejan una sensación de frescura y de aire nuevo. Nada de eso. El verano aquí es verano de tiempo completo. Nada de tormentas aliviadoras, nada de lluvias, ni torrenciales ni leves. Hasta septiembre no llueve, y no refresca. Claro que está el infinito paraíso del mar, que es otro tema, del que les hablaré otro día (como pueda, porque es difícil describir el azul del Mediterráneo y la maravilla de estas calas, que uno descubre y no puede creer que existan).
Pero yo iba por las plantas (empezarán a darse cuenta de que entre las virtudes que Dios me ha dado no está la capacidad de síntesis, entre otras muchísimas que no están). Laureles de jardín (que aquí son adelfas), santaritas (que aquí son buganvillas), lavandas, rosas chinas, flores de pájaro, se dan aquí con una profusión y una fuerza increíbles. Y paraísos (mi calle es una fila), plátanos, ficus, palmeras (claro), eucaliptus, cipreses, gomeros, son frecuentes en la ciudad de Palma, que es muy arbolada. Y dos sorpresas: hay calles enteras, cuadras y cuadras, de jacarandáes, y mucha plaza y mucho cantero adornados con nuestras criollas cortaderas, que no sé qué inconsciente habrá traído, porque puede ocurrir que les pase como con las hormigas argentinas: que los invadan (¿no lo sabían? sí, sale hasta en los diarios, y están muy preocupados. Parece que llegaron alrededor de la década del 50, en algún cargamento, y se reproducen de manera brutal, se comen todo lo que encuentran, desplazan y exterminan otras especies de la fauna autóctona, arrasan con todo lo que se les cruza, no dejan nada a su paso. Hay zonas de la isla donde ya no queda ni rastro de otro bicho que no sea la maléfica, voraz y pequeñísima hormiga argentina. Cualquier paralelo con otras especies del reino animal, corre por su cuenta, que no seré yo quien les de argumentos). Y mucho, muchísimo, aloe en flor, también como en la costa marplatense. Y un hallazgo: en una plaza muy céntrica, la Plaza de la Reina, al pie de la catedral palmesana (la Seu, bellísima, cuando aprenda a poner aquí fotos les pondrá una), entre otros muchos árboles muy señoriales, un ombú (un ejemplar de una especie exótica, de las lejanas pampas, dijo un guía mallorquín que nos llevaba por las viejas calles de Palma una noche de agosto. "Como yo, como yo" gritaba yo, un ejemplar exótico de las lejanas pampas!!!). Y hace muy poco vine a descubrir que en el inicio de la Avenida Argentina, que nace en la costa y es preciosa, hay otros tres ombúes, muy enhiestos allí, muy bien plantados y muy añosos.
En las afueras es otra cosa: campos de olivares, de naranjos y de almendros. Los tres, hermosísimos. El olivo es un árbol misterioso: el tronco se va ensanchando y como retorciendo, arrugándose, con algo hasta de monstruoso; hay ejemplares de una belleza extraña, casi les diría horrorosa. Y los hay en el campo, y también en la ciudad. En la mismísima plaza de Cort, en el corazón de la ciudad antigua, hay uno que no hay quién no fotografíe: debe ser varias veces centenario, y allí está, dando olivas todavía. Y la calle de la escuela de los chicos es un boulevard con una hilera interminable de olivos, que hasta he visto gente recogiendo las aceitunas en plena calle. Ya les contaré cuando los almendros estén en flor, porque nos han dicho que florecen en invierno y que son un espectáculo aparte.
Y en las sierras, que están aquí nomás, las veo desde mi ventana, pinos y encinas, robles, tomillo, romero, plátanos, retamas. Los pinos mediterráneos tienen algo de magia equilibrista; en medio de la roca, en un espacio en el que uno cree que no podría crecer ni un yuyo, allí están esos pinos agarrados de la nada, como un milagro.
Tanto verdor es una fiesta para el espíritu en todas las estaciones, pero ahora, en el otoño, tiñen la isla de ocres, de marrones, de castaños, de morados, de amarillos furiosos. Ah y qué pena no ser pintor, qué pena no ser pintor en Mallorca!

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