Diario de viaje: una argentina en Mallorca

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Nombre: albertiyele
Ubicación: Palma de Mallorca, Illes Balears, Spain

30 noviembre 2005

De las plantas y otras cosas

Algo sorprendente en esta isla es la vegetación, y por varias razones. Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de árboles y plantas parecidos a los que suelo ver en Mar del Plata. Ahora que hace ya un tiempo que estoy acá me lo voy explicando: el clima es parecido. En verano, debo decir, hace mucho, pero MUCHO, más calor. Pero como Mar del Plata (y Buenos Aires) esto es muy húmedo, cosa que me sorprendió porque traía la idea de que me encontraría aquí con las sequedades de Madrid. No fue así. La ropa tarda en secarse, las tardes de verano (y las mañanas, y las noches) son bochornosas como las de Buenos Aires, con el agravante de que el calor terrible empieza en junio y ya no se va, ni de día ni de noche, hasta septiembre. Cuando recién llegué, el 29 de junio (san Pedro, sí, san Pedro), empecé a otear el horizonte, con la idea porteña de que llegaría por fin una tormenta de esas que duran nada pero arrasan con el calor y dejan una sensación de frescura y de aire nuevo. Nada de eso. El verano aquí es verano de tiempo completo. Nada de tormentas aliviadoras, nada de lluvias, ni torrenciales ni leves. Hasta septiembre no llueve, y no refresca. Claro que está el infinito paraíso del mar, que es otro tema, del que les hablaré otro día (como pueda, porque es difícil describir el azul del Mediterráneo y la maravilla de estas calas, que uno descubre y no puede creer que existan).
Pero yo iba por las plantas (empezarán a darse cuenta de que entre las virtudes que Dios me ha dado no está la capacidad de síntesis, entre otras muchísimas que no están). Laureles de jardín (que aquí son adelfas), santaritas (que aquí son buganvillas), lavandas, rosas chinas, flores de pájaro, se dan aquí con una profusión y una fuerza increíbles. Y paraísos (mi calle es una fila), plátanos, ficus, palmeras (claro), eucaliptus, cipreses, gomeros, son frecuentes en la ciudad de Palma, que es muy arbolada. Y dos sorpresas: hay calles enteras, cuadras y cuadras, de jacarandáes, y mucha plaza y mucho cantero adornados con nuestras criollas cortaderas, que no sé qué inconsciente habrá traído, porque puede ocurrir que les pase como con las hormigas argentinas: que los invadan (¿no lo sabían? sí, sale hasta en los diarios, y están muy preocupados. Parece que llegaron alrededor de la década del 50, en algún cargamento, y se reproducen de manera brutal, se comen todo lo que encuentran, desplazan y exterminan otras especies de la fauna autóctona, arrasan con todo lo que se les cruza, no dejan nada a su paso. Hay zonas de la isla donde ya no queda ni rastro de otro bicho que no sea la maléfica, voraz y pequeñísima hormiga argentina. Cualquier paralelo con otras especies del reino animal, corre por su cuenta, que no seré yo quien les de argumentos). Y mucho, muchísimo, aloe en flor, también como en la costa marplatense. Y un hallazgo: en una plaza muy céntrica, la Plaza de la Reina, al pie de la catedral palmesana (la Seu, bellísima, cuando aprenda a poner aquí fotos les pondrá una), entre otros muchos árboles muy señoriales, un ombú (un ejemplar de una especie exótica, de las lejanas pampas, dijo un guía mallorquín que nos llevaba por las viejas calles de Palma una noche de agosto. "Como yo, como yo" gritaba yo, un ejemplar exótico de las lejanas pampas!!!). Y hace muy poco vine a descubrir que en el inicio de la Avenida Argentina, que nace en la costa y es preciosa, hay otros tres ombúes, muy enhiestos allí, muy bien plantados y muy añosos.
En las afueras es otra cosa: campos de olivares, de naranjos y de almendros. Los tres, hermosísimos. El olivo es un árbol misterioso: el tronco se va ensanchando y como retorciendo, arrugándose, con algo hasta de monstruoso; hay ejemplares de una belleza extraña, casi les diría horrorosa. Y los hay en el campo, y también en la ciudad. En la mismísima plaza de Cort, en el corazón de la ciudad antigua, hay uno que no hay quién no fotografíe: debe ser varias veces centenario, y allí está, dando olivas todavía. Y la calle de la escuela de los chicos es un boulevard con una hilera interminable de olivos, que hasta he visto gente recogiendo las aceitunas en plena calle. Ya les contaré cuando los almendros estén en flor, porque nos han dicho que florecen en invierno y que son un espectáculo aparte.
Y en las sierras, que están aquí nomás, las veo desde mi ventana, pinos y encinas, robles, tomillo, romero, plátanos, retamas. Los pinos mediterráneos tienen algo de magia equilibrista; en medio de la roca, en un espacio en el que uno cree que no podría crecer ni un yuyo, allí están esos pinos agarrados de la nada, como un milagro.
Tanto verdor es una fiesta para el espíritu en todas las estaciones, pero ahora, en el otoño, tiñen la isla de ocres, de marrones, de castaños, de morados, de amarillos furiosos. Ah y qué pena no ser pintor, qué pena no ser pintor en Mallorca!

27 noviembre 2005

La música

Anoche hemos tenido una velada musical. Fuimos a ver, a escuchar sobre todo, la actuación de un coro, Capella Mallorquina, que parece que es tradicional en Palma. Fundado en 1966, tiene alrededor de 40 integrantes, y ha hecho actuaciones por medio mundo. Ayer actuaba en la iglesia de San Nicolás, y cerraba la semana de festejos de Santa Cecilia. Así que leímos en el diario que estarían, y allá fuimos. La iglesia estaba repleta de gente, y empezaron puntualmente a las 8 y media. El coro actuaba acompañado por un cuarteto de cuerdas, el Quartet Balear, y una soprano como solista, una argentina, Gloria Berón. El programa era evidentemente de música sacra, y seguía el rito de la Misa. El Gloria de Vivaldi, el Aleluia de Emilio Solé, un fragmento de la suite nº 3 de Bach de Offertorium, el Sanctus de Schubert y así. Entre esos monstruos de la música, el Kyrie de nuestra Misa Criolla, de Ariel Ramírez. Ah y cómo conmueve escuchar a uno de los nuestros allí; unas ganitas de ir banco por banco en la multitud de la iglesia diciéndoles a todos "ese es mi compatriota, ese es argentino como el mozo del bar, como el guardavidas de la playa en el verano, como el lavacopas del restaurante, como la vendedora del Corte Inglés, como yo, como tantos", mientras repiten el coro y la voz argentina de la soprano Cordero de Dios, ten piedad de nosotros.
Y qué poder de conmoción y de comunión tiene la música; qué silencio, qué fervor, qué deleite que provoca la música. De todas las artes me parece que es la que va más directo a la pura emoción. Para disfrutar no hace falta nada más que oír, y es casi imposible no oír, porque la música envuelve, fascina, demuele. Y qué maravilla son los coros cuando suenan bien; qué maravilla que con sólo voces humanas aunadas y entrenadas se pueda crear algo tan bello, y que todas las voces, cada una con su timbre, con su brillo, con su color, sean a la vez necesarias y prescindibles; una verdadera muestra de trabajo humano, de capacidad humana de crear belleza con sólo reunirse y trabajar todos para lo mismo. Una gran lección la música, y el coro.
A eso de las 10 de la noche estábamos en la calle helada; volvimos a casa caminando por las calles angostas de la Palma antigua, casi desfiladeros de piedra entre casonas cerradas a cal y canto, nuestros pasos resonando en la noche. Agarraditos del brazo, todavía sacudidos por las voces del coro, caminamos con el frío en la cara y en las manos y una tibieza en alguna parte del cuerpo que no acierto a definir; quizás sea el alma.

25 noviembre 2005

Qué buena gente, qué gente buena

"Este campesino mallorquín tiene dulzura, bondad, costumbres apacibles y una naturaleza calma y tranquila.. No ama el mal y no conoce el bien. Se confiesa, reza y sueña sin cesar en merecer el paraíso, pero ignora los verdaderos deberes de la humanidad. No es menos odioso que un buey o un carnero, pues apenas es más hombre que los seres adormilados en la conciencia del bruto. Recita oraciones y es supersticioso como un salvaje, pero se comería a su semejante sin grandes remordimientos, si fuese costumbre en su país y si no abundara el cerdo. Engaña, desuella, miente, insulta y saquea sin la menor objeción de conciencia. Un extranjero no es un hombre para él. Jamás hurtará una aceituna a su compatriota, pero más allá de los mares la Humanidad no existe en los designios de Dios sino para dar pequeñas ganancias a los mallorquines..."
¿Que lo digo yo? Válgame Dios! Yo jamás diría cosa semejante; de nadie, y mucho menos de esta gente que me ha acogido con tanta calidez y humanidad!. No no. No lo digo yo. Lo dijo George Sand, a quien le bastó medio invierno en esta isla paradisíaca (porque es paradisíaca, y quizás allí esté parte del problema, pero de eso les diré otro día) para huir despavorida con su Chopin maltrecho a cuestas. Y lo dijo hace más de 100 años, pronto van a hacer 200. Estuvo aquí en el otoño-invierno de 1838-39, y se ve que era una francesa remilgada y floja, pretenciosa, hereje y medio puta, que finalmente tuvo la desvergüenza de venir aquí con su músico amante. Habráse visto descaro! Y todavía encima criticar! Es que estos franceses también, ya se sabe como son.
En fin. Lo curioso, y sorprendente, es que no hay tienda en el bellísimo pueblo de Valldemosa (donde fue tan bien recibida George Sand y su célebre amante, al que los mallorquines se enorgullecen de haber tenido como ilustre residente) en el que no se venda su librito de recuerdos de ese encantador invierno mallorquín, en todos los idiomas. Para explicarlo existen varias posibilidades: o los valldemosanos (¿se dirá así? ah los gentilicios, qué problema!) no han leído jamás el libro que ofrecen, y como lo escribió una francesa famosa suponen que es un canto a las bondades de su pueblo, o son tan liberales y tan generosos que no sólo han perdonado el agravio de la francesa sino que lo venden mucho para tener siempre presentes las amargas palabras de una extranjera y no volver a maltratar a nadie nunca más, una especie de autoescarmiento y autoflagelación, bah. Pero puede ser también que ellos lo hayan leído pero den por supuesto que los compradores van a hacer con el librito lo que suelen hacer los compradores de libros: guardarlo en un estante, y si es comprado en un viaje a Mallorca en un lugar visible además, para darse dique de leidos (así, sin acento, por favor) y además viajados, y no abrirlo jamás, vaderetro, a ver qué pestes mentales, qué carcomas de malos pensamientos se desparraman leyendo libros. Todo es posible.
Y para terminar, y más allá de toda ironía, no sería yo justa ni agradecida si no dijera desde ahora que me he encontrado con gente buena y cálida, y mallorquinísima. ¿Que son duros de lengua? Es verdad. ¿Que no son cascabeles ni dechados de alegría? Es verdad. ¿Que suelen resultar enigmáticos y más bien introvertidos? También es verdad. Pero he encontrado también quien me pasara la mano por el lomo cansado, y quien me prestara el hombro para "llorar abrazao". Que seguramente habrá aquí de todo, como en todas partes. Y que George Sand no era ninguna santa, ni tan buena escritora. Y yo muchísimo menos. Amén.

Las aguas vivas

Días pasados (¿fue ayer? creo que no) les dije que les hablaría de la "Ugenia", a la que declaro ya desde ahora "Mi Ugenia". La tal Ugenia, como habrán adivinado, se llama en realidad Eugenia, y es una mujer bonita y gastada, menuda y fortísima, con unos ojos almendrados astutos como el hambre, las piernas marcadas por años de fregar escaleras de rodillas, vocación de poeta y de pintora, una lengua rica hasta la voluptuosidad y una risa franca y como de cascabeles que me alegra muchas mañanas tristes. Mi Ugenia es la señora que limpia mi escalera; en Argentina le diríamos la portera; viene al edificio tres veces por semana, y además de esta limpia otras 7 "comunidades" (vayan acostumbrándose a la variación, porque aquí un edificio es otra cosa). Cumplirá 60 años en diciembre, pero se la ve con una piel fresquísima; tiene 7 hijos, aunque ha parido sólo a seis, y es lo que aquí se llama una "foraster". ¿Qué es eso? Sencillo: mi Ugenia llegó, analfabeta, desde su Jaén natal a Mallorca, como tantos miles, cuando tenía 12 años, con toda su familia. Y aquí "los peninsulares" (algún día alguien me explicará qué tiene España de península, pero dejémoslo ahora) son y han sido "forasters". Como era la mayor, llegó derechito para servir. Y eso hizo toda su puta vida (que así mismito lo dice ella). Cuando andaba por lo que ahora diríamos la adolescencia mi Ugenia se enamoró perdida de un mallorquín del barrio de los pescadores, que era entonces el barrio pobre de Palma y donde ahora vale algo así como cuatro mil euros el metro cuadrado. Y se casó con él, "como Dios manda, Alicia, porque yo me casé mu´enamorada, y como Dios manda". Su amado mallorquín, que "estaba más bueno, Alicia, más bueno que el pan en guerra, que te lo digo yo" y que además, parece "se lo trabajaba mu´bien; ese hombre hablaba poco pero se lo sabía trabajá pero que mu´bien", tenía una familia igual de mallorquina que él. Y a la familia no le hizo mucha gracia que el joven, con tantos y tan buenos atributos y habilidades masculinas, casara con una "foraster". La suegra de la Ugenia solía decirle, en voz baja y apoyada en el palo de la escoba, mientras barría, como si no dijera nada, "al forastero, Ugenia, ya sabes, al forastero aquí en Mallorca: barco y rejilla, barco y rejilla". Y se lo decía en clarísimo español además, para asegurarse de que la entendería bien. Y eso viene a querer decir que a los forasteros (su menuda y dulce nuera entre ellos, probablemente de las primeras) había que encerrarlos en un barco, enrejarlos, y hundirlos en el azul añil del Mediterráneo.
Barco y rejilla. Mirá qué bien. Y yo hoy justamente estuve escuchando una vieja canción de María Elena Walsh que se llama "Las aguas vivas", en la que dice por allí "qué buena gente..." Sí, eso: qué buena gente. Pero qué buena gente!!

23 noviembre 2005

Aclaraciones

Es probable que a quienes se tomen el trabajo de leerme durante un tiempo los sorprenda escucharme ser dura con España, y con los españoles. A quienes conocen mi historia entera, porque saben que desde siempre me ha ligado a esta tierra mucho más que unos viajes o incluso una lengua, unas costumbres, un modo de vida parecidos al mío, al nuestro. A quienes me conocen menos porque pensarán, sin decírmelo, a qué corno se fue esta mujer a un país que ahora critica tanto. Y necesito, para poder seguir sin sentirme culpable, hacer algunas aclaraciones. La historia de España, la reciente y la no tan reciente, no me es ajena; nunca me fue ajena. La literatura española me acompañó desde la infancia, y con ella inevitablemente se filtraban episodios históricos, geografía que yo imaginaba con detalles, olores, sabores, alusiones, hasta el lenguaje, el modo de decir español tan peculiar y tan bello y tan sonoro.
Pero hay además, desde el principio, un vínculo familiar con España. La primera vez que vine, casi una niña todavía, mis dos abuelos españoles ya habían muerto.Uno de ellos, abuelo Pedro, mi querido y lejano y baturro abuelo Pedro, hacía muy poco. Recuerdo muchas cosas de ese viaje (incluso Mallorca), pero como fogonazos; y entre esos fogonazos recuerdo haber visto desde el aire por primera vez tierra española; un cuadriculado de sembrados, como un gigantesco rompecabezas minucioso y prolijo que aparecía entre las nubes después de no sé cuántas horas de avión (después, cada vez que he vuelto, he sentido un alivio de llegada cuando por fin se divisa esa tierra trabajada, cultivada, como consumida hasta la extenuación). Y recuerdo que aun antes de llegar, todavía en vuelo, pensé y sentí que tenía que abrir bien los ojos para ver, que por fin llegaba a la tierra de mis abuelos, casi escribo que por fin volvía, que por fin volvía a la tierra de mis abuelos.
Desde entonces ha pasado mucho tiempo y han pasado muchas cosas; en mi vida, en España, en Argentina. Ni esta es la España que yo pisé por primera vez a finales de los 60, ni aquel, ay, es el país de mi infancia. Pero siempre, a lo largo de todos estos años, a pesar de todos los cambios, España ha sido y es para mí la casa de mis abuelos. Esa casa donde te quedás a dormir cuando tus padres salen una noche; un refugio. Esa casa donde tenés incluso un lugar asignado en la mesa y una cama que es la tuya de siempre; un amparo. Esa casa donde te metés en la cocina, o revolvés los cajones, o abrís la heladera, sin preguntarle a nadie, sin pedir permiso; territorio familiar y seguro. No tu casa; no tu olor ni tus sábanas ni tu espejo en el baño. Pero la casa de tus abuelos: un refugio, un amparo, territorio seguro.
Cuando lean mis amarguras, mis reproches con esta España en la que ahora me ha tocado vivir, sepan siempre que estoy hablando de mis abuelos. Estoy hablando con la dureza y con el cariño y el afecto para siempre que uno siente y ha sentido con sus abuelos. Con el mismo dolor con el que hablo de mi país, de mi querido país. Yo no sé cómo me irá aquí; no sé si me quedaré mucho tiempo, si volveré en unos meses o unos años, o esto será ya mi porvenir definitivo. De cualquier manera, aquí o allá, España estará conmigo para siempre.
Y dicho esto, que ya no diré más, estoy en condiciones de contarles mañana muchas cosas. Podría empezar por mi "Ugenia" (que estoy pensando y repensando la forma de hacerla chiquita y portátil para poder llevarla en un bolsillo o en mi cartera a donde quiera que vaya, como quien lleva la radio); o por la increíble y francesa (diría mi abuelo Pedro) George Sand, que ha pasado un invierno en Mallorca (y ni un invierno entero) y ha escrito unas cosas de estos mallorquines que no puedo entender cómo esta gente vende tan frescamente sus libros como si encima fueran un honor o una guía de recomendación turística; o de algunos ángeles que me han acompañado y me acompañan todavía cuando deambulo por el barrio antiguo de Palma mirando para arriba; o por un veinteañero pelilargo y maleducado, con aire de "no te doy bola" que trabaja como recepcionista de un centro cultural palmesano (!!!!), y que mientras me atendía en un catalán resbaladizo y me imagino que muy mal hablado se fumaba un porro con el que me ahumaba el pelo y la ropa. Ya veremos, ya veremos por dónde empezaré mañana.

20 noviembre 2005

El otro

Es probable que haya en la actitud de muchos españoles frente a nosotros un componente de discriminación y de algo así como un racismo que no acabo de entender. Somos una invasión. Y parece haber, me parece haber observado, lo que podría llamar dos grupos de inmigrantes argentinos. Los más jóvenes, chicas y chicos que se han venido solos o a lo sumo en pareja; tienen entre 20 y 30 años, trabajan mucho y por lo que veo en lo que aquí se llama la restauración, no importa lo que hicieran en la Argentina (casi todos estudiaban; muchos incluso acaban de terminar una carrera). No hay bar o restaurante de Mallorca donde uno no se encuentre con un mozo, una camarera, un cocinero, un lavacopas, un maitre, argentino. Son muy activos, parecen contentos o al menos conformes con su trabajo, y en general toman esto como una manera de ganar buen dinero y poder vivir. No se plantean mucho el futuro, pero si uno indaga todos terminan diciendo que la inmigración será sólo una etapa en su vida; juntarán dinero y se volverán. Casi una aventura, la aventura europea. No encontré ninguno, todavía, que renegara mucho o abiertamente de la Argentina de la que tuvieron que irse. Ni se lo plantean. Las cosas son así (han sido así desde que ellos nacieron, no conocieron otro país; no tienen un modelo de Argentina próspera con el que comparar nada). Extrañan, pero no están desesperados. Están convencidos de que volverán, de que tendrán un lugar idéntico al que dejaron donde volver. Escuchan música argentina, porque aquí suena mucho en la radio; van a ver a la Bersuit cuando viene; no tienen drama. Son jóvenes; tienen la piel nueva y suave de la infancia todavía.
Y están los otros, la gente ya grande, que se ha venido con familia o sin ella. En muchos casos se fueron viniendo en etapas, primero el padre, después la mujer y los hijos; en algunos casos primero los hijos grandes y atrás los padres. Hay familias que están aquí enteras, a los que del otro lado ya no les queda nadie. O matrimonios jóvenes pero ya con hijos, que se dejaron del otro lado un familión de padres, hermanos, sobrinos, tíos, todos. Todos esos, entre los que estamos, claro, la tienen más difícil. Y no sólo por una cuestión de adaptación. Los grandes nos sentimos en el fondo culpables de haber arrastrado a los hijos chicos a una emigración que ellos no quisieron ni entienden; y creo además que todos, todos, sentimos que hemos fracasado. Que esto es definitivo porque es una huida, no una emigración. Hay mucha rabia hacia adelante y hacia atrás en muchos de nosotros. Y es la rabia en muchos casos la que sostiene. He oído a muchos decir "yo no vuelvo ni muerto, ya le dije a mi familia que si me muero acá no quiero que me lleven de vuelta ni en cenizas". Hay muchas caras de un dolor infinito, muchas miradas de rencor, de dolores que ya no curarán, que vivirán con uno hasta el final. Y nostalgia de un país perdido, que no es el que dejaron sino otro; uno que conocieron en la infancia lejana; uno en el que era posible vivir de su trabajo, progresar, hacer planes de futuro.
Finalmente sobre ese asunto de la discriminación y el racismo que noto en muchos españoles (que no en todos) hablaré después, pero hablaré. Porque existe, y necesito si no entenderlo al menos hacer el esfuerzo de intentarlo.

18 noviembre 2005

Las palabras, las palabras

El catalán, la lengua, es un tema en estos pagos. Un tema, creo, fundamentalmente político. Y me parece que no exclusivamente mallorquín, aunque no sé si la mayoría de los mallorquines se da cuenta. Me da la impresión de que están convencidos de que su lengua fue sojuzgada, prohibida, acorralada, casi llevada a la extinción, y quizás tengan razón, pero entonces no se entiende bien de qué clandestina forma todos los habitantes siguieron hablando en la lengua que se les antojó, como por otra parte hacemos todos los hablantes del mundo en todos los tiempos. Y como las palabras están hechas para decir, hay que escucharlas y tratar de entender qué dicen, y qué no dicen. Si aquí, en toda España, se le llama "español" al castellano (aunque he leído por allí que ellos suponen que en todas partes se le llama español. Les mostraría yo mis boletines escolares y verían que teníamos entonces (o tempora) hasta una materia que se llamaba justamente "Castellano", que no Español, claro) eso quiere decir que el castellano es español. Perogrullada, sí. Pero también quiere decir que lo que no es castellano, no es español. Y ahí se acabó don Perogrullo y entró a tallar la ideología, lisa y llana, que está SIEMPRE detrás de las palabras, hasta de las que parecen más inocentes. No, no es un caprichito que a los chicos les den clase en catalán, que los maestros y profesores no puedan ni pensar en acceder a una cátedra si no hablan catalán (aunque den Lengua Española, que así se llama), que el departamento de Filología Española de la Universidad balear ofrezca en catalán cursos de doctorado sobre García Lorca o Pío Baroja o Valle Inclán. Ni es tampoco un ataque masivo de fervor amoroso por su lengua vernácula. Es una decisión política.
Y quizás no esté mal, después de todo. Las naciones, tal como las conocemos, no son eternas para atrás; no han existido siempre. Tampoco tendrán que ser eternas hacia adelante, digo yo. Después de todo no son más que una convención, un contrato social, que puede quebrarse, por qué no.

17 noviembre 2005

El ascensor

La puerta del ascensor se abre en la planta baja cuando yo subo desde la cochera. Allí está esperándolo un hombre mayor, muy mayor. Un viejito. Un viejito buen mozo, de bastón y boina, de pulso temblequeante, piel blanquísima, ojos claros y hundidos en un mar de arrugas finas, mirada viva y despierta, sonrisa amigable. El viejito se sube al ascensor y le pregunto a qué piso va. Es mi vecino de arriba, va al quinto. Días pasados he conocido a su hija, que es una mujer de mi edad, bióloga, que vive con padres ya muy grandes e hijos todavía chicos. Por ella sé que este hombre que viaja conmigo en lo efímero y cerrado del ascensor tiene una salud muy precaria y a pesar de ella es muy vital. Le digo, por esa manía mía de hablar hasta con las paredes, que somos vecinos, que yo vivo justo debajo de él. Y me contesta con una sonrisa, rápido: "yo no conozco a nadie. Yo soy catalán". "Ah", le digo, "si es por eso imagínese yo, que soy argentina". Levanta la cabeza sorprendido, sonríe de nuevo, y el "Joder!" le sale de las tripas. Ha sido todo; el ascensor ha llegado a mi piso. Me quedo pensando que yo me pasaría tardes enteras charlando con ese viejito catalán, que como yo no conoce a nadie. Que me gustaría escucharlo contándome cómo era la Barcelona de su infancia, de su primera juventud. Hay algo de sabiduría en la mirada de muchos viejos; no de todos. Hay algo de educación y de modales, de expresividad y de dureza también en muchos viejos españoles. Será porque deben haber visto mucho. Quizás hasta más de lo que hubieran querido ver.

Allá voy

Es la primera vez en la vida que uso esto, y no tengo ni la menor idea de cómo usarlo. Veremos, veremos. Por ahora me intimida tanto como cuando a uno lo están filmando. En realidad es lo que se me ocurrió para no tener que contarles a todos lo mismo: qué voy haciendo cada día, cómo se va organizando la vida de los chicos y nuestra aquí, tan lejos, tan lejos. Ahora mismo voy a tratar de poner esto en alguna parte, que supongo que será, ay, algo así como el cyber espacio. ¿Vieron alguna cosa más parecida (y más cibernética, qué modernos estamos, y qué prosaicos) a lanzar una botella al mar? ¿Pescaré algún lector? ¿Lograré que mi botella llegue a alguna corriente? Cuántas dudas. Escribo, les cuento, y me estoy escuchando unos tangazos en la 2x4. Ahí voy. Chau